Sobre comprar, regalar y recibir libros (#188)
Nada hay en la vida que me agrade más que comprar, regalar y recibir libros. Y esto, que puede parecer una simple futilidad, en realidad encierra una filosofía de vida. Desde siempre, desde que descubrí lo mucho que hacía por mí como persona y como escolar primero, universitario después y profesional luego, la lectura ha sido una forma de vida, una herramienta de trabajo y un instrumento de superación. En la última entrevista de trabajo que tuve me preguntaron qué podía hacer por los que estarían a mi cargo para mejorar su condición de estudiantes, mi respuesta fue inmediata y contundente: estimular el valor de la lectura como el instrumento más valioso que uno mismo puede proveerse para crecer en muchos aspectos. Creo firmemente en eso y moriré creyéndolo. Y lo creo porque la lectura, los libros, me lo han dado todo. O por lo menos, todo lo bueno que recuerdo después de mi hijo. Y es por eso por lo que, como propagandista y divulgador de los efectos que la lectura tiene en nosotros es que creo que hay que alcanzar un libro, poner en las manos de quienes nos oyen, aquello de lo que tanto hablamos. O sea, predicar con el ejemplo, ser consecuente con lo que se pregona. Es por eso, como decía, que comprar, regalar y recibir libros es más que una afición, un hábito o una forma de la felicidad: es una filosofía de vida.
Esta filosofía de vida se cimenta en el hecho, que comprobé desde que era escolar de secundaria en una escuela pública de Barranco, de que a falta de dinero buenas son las bibliotecas públicas. Las bibliotecas municipales, por ejemplo. Mucho antes de trabajar y disponer de mi propio dinero, ya sea en forma de propinas primero y estipendio después, fatigue los estantes de las bibliotecas municipales de Barranco, Lince o Jesús María, que por aquella época eran las mejores de su tipo que existían. Y a esto debo también que proteste airadamente, como congresista al que le reducen su sueldo, cuando cierran una. Por cada biblioteca municipal que se cierra, hay uno o varios jóvenes que ven frustradas, truncadas sus oportunidades de superación personal. Porque escamotearle un libro, el que sea, a un joven o a un escolar es condenarlo a una pobreza espiritual e intelectual que tendrá repercusiones en el futuro de muchas maneras, desde no saber responder a una pregunta en una entrevista de trabajo hasta redactar una nota o documento oficial con groseras fallas de fondo y forma. No se diga ya si estemos tal vez aniquilando, antes de darle oportunidad a manifestarse, al próximo Vallejo, Arguedas o Vargas Llosa.
Ayer comentaba en otro sitio el regalo que le hice a una sobrina por sus quince años y, como era de esperarse, me llovieron decenas de sobrinos y sobrinas, además de solicitudes de adopción. Esa lluvia imprevista me recordó algo de lo que me siento especialmente orgulloso y del que guardo una feliz recordación: los más de doscientos libros y revistas que regalé mientras administré el sitio El Reportero de la Historia. La imagen que aquí comparto lo atestigua. Obvia decir que eso fue posible gracias a la colaboración desinteresada y entusiasta de autores, editores, editoriales y amigos que contribuyeron con muchos de esos libros.
Lo cual me recuerda que tengo una deuda pendiente con los suscriptores de este sitio, especialmente con los de pago, que es sortear libros entre ellos. Si no lo he hecho hasta ahora es por una sencilla razón: la oportunidad (tiempo) para hacerlo. Antes disponía de mucho de él para hacerlo: organizarlo todo, escribir a los ganadores, entregar o disponer el envío del premio cuando era fuera de Lima. En fin. Pero prometo esto: resolver esos detalles para, como dije, predicar con el ejemplo: poner un libro en manos de ustedes. Ojalá sea pronto.
Todo esto me lleva a darles otra noticia sobre este sitio: el próximo Club de Lectura de El vicio impune que, en breve, antes de fin de mes, lanzaremos. Pero de eso les hablo más en el boletín de mañana.
¡Qué tengan buenas lecturas!