5 libros que releí recientemente (#041)
Una leve recaída me obligó a guardar cama en estos días, ocasión que aproveché para releer unos libros a los que hace tiempo quería volver.
A mí me gusta decir que de lo que trata Una lectora nada común es del poder transformador de la lectura (porque en realidad de eso es de lo que trata esta tan breve como maravillosa novela). En apariencia, esto parece decir mucho o nada de un libro que lo es todo. Es decir, es breve, es divertido, casi perfecto, de una fina mordacidad en cuanto al poder se refiere y, lo que es más importante, es un libro que cada vez que se vuelve a leer (porque a eso nos condenan sus páginas) lo primero que uno siente es el irrefrenable deseo de seguir leyendo: a los autores que se mencionan en sus páginas, a los muchos otros que siempre tenemos pendientes en nuestra mesa de noche, a los que todavía nos conocemos pero que llegaremos a amar u odiar. Como dije, el poder transformador de la lectura incluso sobre los más poderosos. Y la metáfora más lograda de que nadie, absolutamente nadie, queda indemne ante los libros. Los buenos libros. A veces, con resultados insospechados.
Me precio de tener en mi biblioteca un libro verdaderamente monumental: La destrucción de los judíos europeos, de Raul Hilberg. Monumental tanto por el abultado número de sus páginas como por la enorme repercusión mundial que tuvo su publicación, tanto en el campo académico como en el de la esfera pública; es decir, la recepción que tuvo entre público no académico que, afortunadamente, ha terminado consagrándolo como el libro fundamental sobre el tema. A propósito de este libro, siempre digo que el complemento perfecto de su lectura (o si el número de sus páginas nos desanima o está por vencernos), es Memorias de un historiador del Holocausto, el libro que nos inocula contra cualquier posible deserción. Es un breve libro en el que Hilberg nos cuenta, antes que cómo se hizo historiador, cómo escribió su obra maestra, los obstáculos que tuvo que vencer para hacerlo, los prejuicios contra los cuales luchar para persistir en ello, las mezquindades o celos de la vida académica o cultural que nunca faltan. La historia personal e íntima que cuenta Hilberg en este libro es la historia del primero y su escritura y de cómo le cambió la vida. Tiene un tercer libro sobre el tema, Ejecutores, víctimas y testigos. La catástrofe judía contada a través de sus víctimas (1933-1945), que todavía no llega a Lima pero que ya estoy deseando que lo haga. Tengo la ligera impresión de que es la coda final para una obra intelectual que ya es parte de la historia misma. La de todos.
¡Qué placer tan grande causa leer a esta señora! Los textos reunidos en Teoría de la gravedad (breves, diabólicamente exactos en su extensión, estilísticamente perfectos) son la confirmación irrefutable de que el artículo periodístico, la columna de opinión, el simple comentario o reflexión en prensa son definitivamente un género literario, ahora sí. Cualquier debate al respecto ha quedado anulado tras la atenta y placentera lectura de este libro. Leyendo cada una de estas columnas de opinión (publicadas originalmente en el diario El País de España) lo que a uno le queda claro es que Leila Guerriero ha subvertido el orden de las cosas, los tratados literarios, hecho añicos los manuales de periodismo donde cualquier definición sobre lo que es una columna o el artículo como género de opinión se queda corta ante cualquiera de ellos. Pero más aún, premunidos de un buen resaltador y lápiz en la mano, nos queda la certeza que detrás de cada uno de ellos está una autora que es feroz en la autocorrección, despiadada en la autocrítica, honesta hasta lo indecible en lo que cree y en cómo lo dice. Una escritora completa. Cualquiera de estos textos serviría como epitafio del famoso “el periódico de hoy solo sirve para envolver pescado mañana”. Mientras los periódicos alberguen textos como los reunidos en Teoría de la gravedad, vivirán para siempre. Tienen su existencia asegurada.
Este es uno de los libros más importantes que haya leído para mi formación como periodista y como lector. En Un siglo en 100 artículos, su editor, Justino Sinova, realiza la aparentemente sencilla tarea de seleccionar un artículo por cada año del siglo XX que, fundamentalmente, refleje el espíritu de ese año, el acontecimiento más importante del mismo o el estado del arte del periodismo (el articulismo, sería mejor decir) cuando se publicó. Es, en ese sentido, tanto una historia muy particular del siglo XX como una también del periodismo. Y de la literatura, porque si de algo deja constancia esta sólida antología es que el artículo periodístico es un género literario como el que más. Así, además de constituir las claves de los sucesos a los que se refieren, también son los instrumentos que permiten conocer o comprender las complejas y siempre íntimas relaciones entre el periodismo y la literatura. En definitiva, un libro que a mí me sirvió muchísimo, que releo continuamente (sobre todo aquellas páginas seleccionadas o marcadas) y del que, lo mejor de todo, aún pueden conseguirse ejemplares en Lima (el libro se publicó hace casi veinte años). Si aspira a escribir en un diario en algún momento, empiece por aquí.
Buscando unos apuntes y unas monografías en mi archivo sobre Thomas Mann, sobre quien tengo pendiente una carta, me encontré con este librito que hace años no veía y, mucho menos, releía. Publicado en 1983 por sus autores (lo que hoy llamamos autopublicación), Cuatro grandes escritores y el mundo judío reúne cuatro ensayos sobre estos cuatro grandes escritores del siglo XX: James Joyce, Franz Kafka, Marcel Proust y Thomas Mann. Recuerdo que fue el primer libro que leí, habiendo ya salido del colegio y sin haber entrado aún a San Marcos, de crítica y análisis literario sobre la escritura de estos autores muy distinto a los textos críticos de los manuales escolares que hasta entonces había leído. Lo compré expresamente por Joyce, que en aquella época intentaba leerlo, pero finalmente, como ocurrió ahora también, fue el ensayo sobre Thomas Mann el que me resultó el más provechoso, el más ilustrativo y el que mejor me guio en la lectura de su obra. No me entiendan mal, los otros tres ensayos (que en ningún momento se identifica a que autor pertenece cada cual) son igual de buenos, pero el que se refiere a Thomas Mann es uno de los mejores que he leído por la sencillez de su exposición, la variedad de temas que toca y la amplitud de obras que analiza. Ojalá alguna editorial universitaria (o una revista académica) se anime a rescatarlos. A mí su lectura me recordó porque me convertí en un fervoroso lector del autor de la monumental La montaña mágica. Hasta hoy.