Cinco diccionarios (#128)
Un boletín para quienes creen, todavía, que los diccionarios tienen un lugar en nuestras vidas.
Para Richard Manrique, amigo y cómplice.
Diccionarios hay muchos y muy buenos. Los de María Moliner, Julián Casares, Manuel Seco o el famoso Combinatorio de Redes, los pueden encontrar en muchas librerías y en ediciones modernas y cuidadas. Pero si lo que desea son libros o ejemplares de segunda mano (y, por lo tanto, más baratos), los puestos de libros de Quilca o la feria del jirón Amazonas, los venden. Todos ellos. Solo es cuestión de caminar un poco. Sin embargo, me creo en la obligación de decir algo sobre ellos, en especial sobre el de María Moliner. Ah, y lo digo como usuario conspicuo de ellos ya que resulta obvio que lingüista no soy.
Más que herramientas de trabajo, son viejos compañeros de amanecidas y trasnochadas durante las largas horas que le dedico a la corrección, la lectura y la escritura. Tengo varios de ellos y los uso, según las circunstancias o necesidades, todos. Aunque, pese a la infinidad de tipos y clases que existen, considero a 5 de ellos como principales o imprescindibles (opinión, por supuesto, que se basa exclusivamente en mi condición de corrector y periodista); y por lo mismo no deben faltar en ninguna mesa de trabajo que tenga a la palabra escrita como fundamento de este.
Antes de mencionar a estos cinco ‘imprescindibles’ quisiera hacer una acotación. Existe, como ya dije líneas arriba, varias clases de diccionarios y varias formas de clasificarlos (p. e., en diccionarios lingüísticos y diccionarios no lingüísticos o enciclopedias, monolingües o bilingües, etc.), pero básicamente los hay de dos tipos: los generales (o de lengua, como los llaman algunos, entre los que se cuentan los normativos, los de uso, los de dudas, etc.) y los especializados o temáticos (como lo son los de una determinada especialidad –economía, derecho, literatura, etc.– o un asunto específico como los diccionarios etimológicos, fonéticos, sinónimos y antónimos, etc.). Algunos son sumamente especializados, como el Diccionario panhispánico del español jurídico o el Diccionario de la memoria colectiva, de lo que se concluye que cada cual responde a una necesidad, función o tipo de información requerida por el usuario. Y en función de esto, como les comenté, por mi fuerte vínculo y relación con la palabra escrita, los uso constantemente y tengo al alcance de la mano a cinco de ellos:
1. El Diccionario de la Lengua Española de la RAE. El diccionario por antonomasia, el más común y usado por todos. Bien usado no sólo ofrece la definición de cada palabra de nuestro idioma sino también su ortografía, ejemplos de uso de cada una, su etimología, la categoría gramatical a la que pertenece (sustantivo, verbo, conjunción, género, etc.). La última versión del DLE es de 2014 y es su 23a edición, siendo la primera de 1780. Desde entonces, cada edición ha variado, no solo sumando nuevas palabras al diccionario, sino también suprimiendo aquellas consideradas obsoletas. Por eso guardo, desde que empecé a usarlos, cada edición de las que tengo luego de adquirir la nueva. Tiene tres presentaciones que, obviamente, varían de precio: en un solo tomo que es la edición estándar, en dos volúmenes que es la versión popular y la de lujo, también en un tomo, encuadernada con tapas de cuero y filos dorados. Una belleza que algún día me daré el lujo de comprar.
Acorde con los tiempos, el DLE no solo está disponible gratuitamente en la web, sino que también tiene su propia app, igualmente gratuita; y como ocurre también con la primera, ahora incorpora además de las definiciones o acepciones de cada palabra los sinónimos de estas y, en aquellas que son verbos, las tablas de conjugación.
Por cierto, a la edición de 1780 precedió, en 1726-1739, el famoso Diccionario de autoridades que, como su nombre indica, sustentaba sus definiciones y ejemplos en las obras de escritores que por «su buen juicio, claridad y proporción» daban autoridad a las voces y sus definiciones. Yo he tenido oportunidad de consultar y revisar esta joya bibliográfica en la edición original que una biblioteca pública de Lima tiene y me he hecho a mí mismo la promesa de adquirir, siquiera, su edición facsimilar.
2. El Diccionario de uso del español, de María Moliner. La idea de un Diccionario de uso es que éste, como una instantánea fotográfica, refleje las palabras, el lenguaje escrito y hablado de una comunidad lingüística determinada en un momento específico, sin consideraciones normativas o puristas. En el caso del que elaboró María Moliner, se trata, como alguna vez dijo García Márquez, del diccionario «más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana». Y no le faltaba razón para decirlo. El mérito de este diccionario, que repite casi las mismas palabras del DLE es que, a diferencia de este, suprime la ordenación alfabética de las palabras y organiza a éstas por familias de palabras derivadas de una misma raíz. A ello le sumó artículos especializados de gramática que intercaló en cada voz que lo ameritaba (por ejemplo, el largo texto que dedica a la acepción 'artículo'), además de otras audacias orientadas a serle más práctico y útil al usuario, como suprimir entradas que aparecían en el DLE porque no eran de ‘uso habitual’ o común, y de igual modo incorporó otras que aún no habían sido incorporadas oficialmente por la RAE. De este diccionario hay que hacer una atingencia importantísima: existen dos versiones del mismo, el que se hizo en vida de la autora (que alcanzó dos ediciones, y es el que figura en la imagen), y la que, luego de la muerte de Moliner, hizo la editorial suprimiendo todas las características que he mencionado (trasladó los artículos sobre gramática al final, como apéndices; ordenó las palabras en orden alfabético, como cualquier diccionario actual, etc.). Estos cambios derivaron en una querella judicial entre los herederos de María Moliner y la editorial Gredos (que en otro momento les contaré), pero que en modo alguno han mellado la fama y reputación de esta extraordinaria obra hecha por una mujer sencilla, republicana, bibliotecaria y madre de familia.
3. El Diccionario del español actual, de Manuel Seco. Una obra lexicográfica que causa admiración. Un auténtico monumento de nuestra lengua. Contiene un pormenorizado análisis lexicográfico del español del siglo XX, hecho a partir –como su nombre indica– del español que habla la gente de la calle, el que usan los medios de comunicación –principalmente– y el que leemos en las obras literarias contemporáneas (como resulta obvio mencionar, el español de Cervantes no es el mismo de Bolaño, ni el de Leopoldo Alas el de Eloy Jáuregui). Es el segundo diccionario, después del de Autoridades, a partir de textos de uso real como lo son la prensa (más de 300 publicaciones periódicas consultadas) o las obras literarias (más de 1600 libros impresos de todos los géneros). Es el diccionario del español hoy vigente ha dicho de él don Rafael Lapesa. Como dije, una obra monumental y asombrosa.
4. El Diccionario panhispánico de dudas, de la RAE. No es un diccionario terminológico sino, ante todo, una obra de consulta en el que las más de 7000 entradas resuelven dudas de carácter morfológico, sintáctico, ortográfico, léxico y gramatical sobre el uso del español, con explicaciones claras, precisas y, lo más importante, breves (como suelen ser las definiciones o explicaciones de todo diccionario que se precie de serlo). Este diccionario y el DLE son, indefectiblemente, los dos diccionarios que no deben faltar en ningún hogar, oficina o mesa de trabajo. Trae, además, apéndices, un glosario de términos lingüísticos y la relación de obras literarias y medios de comunicación de los que se han tomado los ejemplos para las definiciones o explicaciones. Es un diccionario sumamente útil. Hace unos minutos, por ejemplo, consulté la entrada ‘mayúscula’ para saber en qué caso utilizarlas y cuando no.
5. El Diccionario de ideas afines, de Fernando Corripio. De los muchos diccionarios lingüísticos que existe, este es mi favorito. A primera vista puede tratarse de uno de sinónimos, pero es mucho más que eso. Lo que hace este estupendo diccionario es agrupar las palabras por la ‘afinidad’ y relación entre ellas; es decir, por artículos y subartículos del siguiente modo (tomemos como ejemplo la palabra perro): en el primer grupo o artículo, los sinónimos propiamente (can, perrillo, chucho, cachorro, etc.), y en los subartículos, las palabras según las funciones, afinidades o relación entre ellas, así uno estará dedicada a razas, otro a grupos (jauría, manada, traílla, etc.), a accesorios y así hasta formar nueve grupos de palabras relacionadas con el vocablo perro. ¡Una maravilla de 3000 artículos principales, 25000 artículos secundarios y más de 400 000 palabras ordenadas por ‘ideas’!
A estos 5 diccionarios agreguen, si pueden, el Diccionario ideológico de la lengua española, de Julio Casares; el Diccionario etimológico, de Juan Corominas; el Diccionario de americanismos, de la RAE; el Diccionario Gramatical y de dudas del idioma, de Emilio Martínez Amador (que me ha resultado tan útil en tantas ocasiones); el Diccionario de Incorrecciones del lenguaje, también de Fernando Corripio, que con todo lo bueno que es no llega a igualar al otro; y, especialmente, Redes. Diccionario combinatorio del español contemporáneo, del que ya les hablaré en otra ocasión, que tiene su complemento: Práctico. Diccionario combinatorio del español contemporáneo. Todos ellos enriquecen mi biblioteca y me hacen sentir muy feliz.
Finalmente, hay que agregar que los diccionarios mencionados los venden o podemos encontrar en una buena librería de las muchas que hay en Lima o, como ya dije, entre los libreros de segunda mano del jirón Amazonas o Quilca. Y si a pesar de eso quiere consultarlos, pero no gastar, la mayoría de los mencionados (especialmente los del primer grupo) se encuentran en línea (como el DLE y el Panhispánico). Así que no hay excusa para no dejar de consultarlos.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Entiendo y comparto le gusto por los libros (físicos) y aún más por los diccionarios que me parecen unas verdaderas joyas de nuestra lengua. Hace un tiempo un sobrino me preguntó ¿pero, tío, para qué tenerlos en libros si ya todos están en Internet?
MI pregunta para usted, más allá del gusto por el papel, es ¿Cuál es el alcance -en términos de indagación sobre nuestra lengua- de los diccionarios on-line? Son tan robustos como sus hermanos mayores de papel?
¡Un saludo!
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