Del sentido trágico de la vida (#010)
En una biografía de Félix Mendelssohn, al final de ella el autor escribe que, pese a tener la imaginación de Mozart y la genialidad de Beethoven, si este no llegó a ser un compositor verdaderamente grande, uno más grande aún de lo que fue, se debió a que, habiendo nacido en una familia rica y poderosa, casándose luego con una hermosa jovencita, proveniente a su vez de otra familia rica y poderosa, que le dio hijos hermosos a los que nunca nada les faltó (creo que ni siquiera se enfermaron de algo grave alguna vez), vivió una vida plenamente feliz. Y fue esta felicidad ininterrumpida, lo que le impidió conocer el lado trágico de la vida, el obstáculo para que su música alcanzara la grandeza debida, para la cual Mendelssohn estaba sobradamente dotado. Es esta, como supondrán, una afirmación que a quien la lee lo lleva a reflexionar sobre su vasto significado.
Tolstói, por ejemplo, un auténtico genio de la literatura, que predicó la pobreza y la humildad, que instaba a la castidad incluso en el propio matrimonio (de quien Gandhi tomó todas sus ideas, incluida esta última para disgusto de la señora Gandhi), que realizaba las tareas del campo como cualquiera de los cientos de siervos que heredó de su familia, que en su faceta de profeta exhortó el amor al prójimo, es el mismo Tolstói que hizo insoportable, insufrible la vida de sus propios hijos y la de su esposa, que engendró bastardos con muchas campesinas (incluso uno de ellos servía como cochero de sus hermanos, los hijos de su matrimonio) y que condenaba el autoritarismo y el despotismo del zarismo y la iglesia hasta ganarse el odio del primero y la excomunión de la segunda. Siempre he creído que esta actitud de Tolstói, contradictoria y tremenda, para nada hipócrita, es lo que le permitió alcanzar la grandeza que alcanzó. Es esta alma torturada entre lo que siente profunda y sinceramente y lo que hace finalmente, a lo largo de toda su vida, la que transita en cada una de sus páginas. He ahí su grandeza.
Cierro las páginas de sus Diarios (vol. I y II) y su Correspondencia con la plena convicción de que soy, de que se puede ser, un mejor ser humano después de leer a Tolstói. Y, más importante todavía, que cuando escribes una novela no es sobre otros sobre quienes escribes, sino sobre ti mismo. Definitivamente.