Después de todo, Eco tuvo razón (#093)
Hoy las redes sociales representan un campo minado para todos. Sobre todo porque, como advirtió Eco, le han dado voz y tribuna al ignorante.
Allá por el año 2003 trabajaba en el Centro de Documentación Periodística, comúnmente llamado el Archivo, del diario El Comercio. Esa circunstancia me hacía especialmente feliz, ya que me ganaba el pan conjugando las dos grandes pasiones de mi vida: la historia y el periodismo. Más aún, las oportunidades para escribir eran moneda corriente en mis labores; así que sí, era feliz. Para coronar las cosas, al año siguiente empecé a dictar el curso de Periodismo digital en una universidad privada. Pensé, entonces, que era el hombre más afortunado del mundo.
Las clases tenían, como debía ser, su parte práctica así que cada semana les enseñaba a mis alumnos, frente a una computadora, los rudimentos de la escritura para la web, las herramientas y formatos de que disponían para hacerlo y, también como debe ser, las responsabilidades e implicancias éticas del trabajo periodístico en la red. Fue en esta ocasión que me relacioné con los blogs, primero, y las redes sociales, después.
Por aquella época los blogs estaban en su momento de despegue, así que durante los próximos años presencié, como un protagonista más, la evolución, auge y ocaso de su popularidad. Diez u once años después esta le había sido arrebatada por Facebook (luego Twitter) y empezó su franco periodo de declive. Vi como un formato periodístico, que había sido adoptado muy bien por el periodismo, era dejado de lado, esencialmente, por lo breve y cablegráfico. La información contextualizada fue sustituida por la información en bruto. El análisis y la interpretación, dos de las grandes contribuciones del periodismo moderno, dejados de lado por la ley del mínimo esfuerzo. O sea, cero backgraound, cero análisis, cero investigación. Lejos estábamos de imaginar como aquellos formatos que nos habían sido tremendamente útiles a los periodistas acabarían pervirtiendo el periodismo y convirtiéndose en sus sepultureros.
Hoy, cualquiera con acceso a una computadora y a una cuenta en alguna red social se puede llamar y considerar a sí mismo periodista y perorar u opinar sobre todo lo imaginable. Desde los hijos que tuvo Jesús con María Magdalena hasta la construcción de Machu Picchu por alienígenas como hechos no solo irrefutables sino además silenciados, ocultados por una conspiración mundial urdida contra nuestros intereses, contra la verdad de la historia. Más aún, hay quienes se dedican al comentario, furibundo y coprolálico, de libros que no han leído, películas que no han visto (“¡ni veré!”) y a deslegitimar a la historia, la sociología e incluso a la filosofía por inútiles e improductivas, cómplices de la situación de ignorancia y empobrecimiento de nuestros pueblos que traducen como adoctrinamiento.
En estos días, por ejemplo, la publicación de dos valiosos libros, la reedición de un libro sobre Túpac Amaru y otro sobre la reforma agraria de Velasco, han puesto de manifiesto el nivel que puede alcanzar la arrogancia que el orgullo por su propia ignorancia sienten algunos. Demasiados. En este delirio opinativo el rebelde cusqueño ha sido calificado de hispanista (sic), ‘indio capitalista’ (lo que sea que esto signifique) y su gesta de 1780 deslegitimada por corresponder a la de un montón de resentidos. La reforma agraria de Velasco, que desde siempre despierta tantos entusiasmos como ardores, criticada, atacada como usualmente lo es; o sea, señalando el empobrecimiento, el deterioro de la infraestructura productiva sin referirse una sola vez, invisibilizándolo por completo, el aspecto social y humano que esta representó para millones de peruanos. La producción económica en detrimento de la dignidad humana.
Hoy las redes sociales representan un campo minado para todos. Sobre todo porque, como advirtió Eco, le han dado voz y tribuna al ignorante. Y con ignorante no menosprecio a nadie (no lo es quien sabe usar una computadora), solo me refiero a aquel que ignora un asunto por completo (como criticar un libro que no se ha leído), pero está muy dispuesto a opinar sobre él. Hubo quienes refutaron al escritor italiano en el sentido de que este cuestionaba el derecho de las personas a opinar, incluso el derecho de los imbéciles a hacerlo. Pues bien, se equivocan. Eco nunca dijo eso, ni mucho menos lo dio a entender. ¿Hay, acaso, que aclarar que para opinar hay que informarse, estar mínimamente enterado de lo que se va a opinar? Incluso el imbécil tiene que saber, enterarse sobre lo que va a pronunciarse, aunque eso signifique ser un poco menos imbécil. Pero en esto estriba, precisamente, el éxito de las redes sociales: la nula exigencia de sustentar lo que se dice, lo que se afirma de modo tan gratuito. O lo que es peor, creer que el insulto artero y ruin es una forma de opinión.
¿Hasta cuándo? No lo sé. Sólo sé que de este modo sólo vamos para atrás a pasos agigantados.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Lamentablemente, es un mal común a todos. Eco tenía razón, sin duda.
Tiene usted razón profesor. Triste reflexión, pero acertada. La desconexión voluntaria, aunque sea temporal, de las redes sociales no parece mala idea después de todo. De igual forma las noticias realmente importantes llegarán a nosotros, incluso con la ventaja de estar añejadas y reposadas por el tiempo y la distancia, como en antaño. Las noticias no importantes, chismes u opiniones idiotas se decantarán por sí solas. Lo difícil está en esperar que los idiotas que emiten esas opiniones se "decanten" por sí mismos. : )