El mejor libro de la FIL es uno que no se vendió en la FIL (#172)
Víctor Ruiz Velazco: La novela liberada (Lima: Narrar, 2024, 135 págs.).
Si algo caracterizó a la última Feria Internacional del Libro de Lima fue que abundaron los libros sobre fútbol y las buenas novelas. El centenario del Club Universitario de Deportes propició lo primero (algunos de ellos, verdaderamente buenos) y lo segundo, nunca falla. Desde la novela inédita de García Márquez hasta la novela despedida de Auster, fallecido en abril pasado, sin olvidar, claro, las recientes de Rushdie (que no es, propiamente, una novela, pero se lee como tal), Murakami, Binet, Fosse y Del Molino (justificadísimo Premio Alfaguara de Novela 2024) y la gran sorpresa de este año, Los ojos de Mona, las novelas fueron el centro de atención de la FIL.
Pero donde verdaderamente las novelas fueron noticia fue en las canteras nacionales. Este año se lucieron Luis Hernán Castañeda con una novela extraordinaria, simplemente extraordinaria; Leonardo Aguirre entregó un breve tratado filológico popular, un artificio literario notable; Augusto Effio sorprendió con una novela que ficcionaliza la muerte de Alan García, un pretexto para hablar de la podredumbre en el país; María José Caro firmó una novela tan hermosa como entrañable; Carlos Arámbulo sorprendió a todos (por lo menos a mí) con su firme incursión en la ciencia ficción; y el debut en el género de Hugo Coya, un autor de bestsellers de no ficción, no pudo ser más auspicioso con una novela histórica que va más allá de esta etiqueta. Pero si me preguntan cuál fue la mejor novela peruana publicada para la FIL de este año, respondería, sin un atisbo de dudas, que La novela liberada, de Víctor Ruiz Velazco.
Curiosamente, La novela liberada no se llegó a vender en la FIL. Publicada a fines de julio, recibí un ejemplar de cortesía el último domingo de feria y acabo de comprobar que su tiraje, de apenas 300 ejemplares, resulta injustamente exiguo. Con la obra y con sus potenciales lectores, que deberían ser miles. ¡Qué maravillosa novela!
O debería decir nouvelle, porque en realidad se trata de una obra en formato menor de apenas 135 páginas que tienen la virtud, la enorme virtud, apenas das cuenta de la última, de llevarte a la primera para empezar otra vez. Algo que solo ocurre con las buenas novelas.
¿Qué es lo que hace tan buena a esta no-novela? ¿En dónde radica su enorme valor? Supongo que, para empezar, en el talento de su autor para transmitir, a través de ella, su amor por la literatura y un género (que conoce muy bien) sin recurrir a los lugares comunes para expresarlo. Otra razón o motivo para celebrarla es la habilidad con que ha sabido esconder o disimular las claves para entenderla u orientarnos (o desorientarnos) por sus páginas en las citas, referencias, epígrafes, muchas de ellas de naturaleza borgiana. Desde este punto de vista, ¿se trata de una metanovela? ¿una caja china que encierra en algún rincón un brillante ensayo literario sobre la novela y el arte de escribir una? Pero la verdadera genialidad de esta obra es que en ella aparentemente no ocurre nada cuando en realidad está sucediendo todo, conmocionándolo todo. Solo dos novelas, en la línea de La novela liberada, me han subyugado del modo como lo ha logrado ésta: Museo de la Novela de la Eterna, de Macedonio Fernández, y HHhH, de Laurent Binet. Esta última, por ejemplo, es una que, como en la obra de Ruiz Velazco, interrumpe la ‘trama’ para interrogarse constantemente sobre la novela que piensa escribir (¿o la está escribiendo con nosotros como testigos, cómplices de su escritura?).
Si tienen oportunidad o la ocasión de verla en alguna librería, no lo duden un instante: ¡llévenla con ustedes! Me van a agradecer el consejo.
¡Qué tengan buenas lecturas!