Gato encerrado (#104)
Uno de los libros peruanos de periodismo mejor escritos vuelve en una nueva edición.
La primera vez que leí Gato encerrado (Tusquets) trabajaba en el Archivo del diario El comercio y tenía el turno de noche. Es decir, entraba a las 5 de la tarde y concluía a la 1 de la madrugada (a veces más tarde), todo lo cual me dejaba mucho tiempo, pasadas las 8 de la noche, para leer. Pero lo más importante, leer con atención, con lápiz y fichas en la mano y subrayando todo lo que merecía ser subrayado o anotado. Esa debe haber sido, con toda seguridad, la época en que leí por placer y no por obligación más que en ninguna otra, tratando de aprender el oficio y de hacerme un lugar en él.
Fue por eso por lo que casi todas mis lecturas provenían del mundo del periodismo. Cuando Gato encerrado cayó en mis manos creí haber descubierto la fórmula secreta que sabía existía en algún lugar de los centenares de páginas que leía. Como saben, el libro reúne crónicas, semblanzas y entrevistas escritos por el autor y publicados en distintos medios, algunos de los cuales ya había leído y conocía bastante bien. Pero leerlos en conjunto fue una especie de epifanía para mí. Descubrí un tipo de periodismo cultural fresco, ágil, nada estirado y en donde lo cultural no se reñía con lo popular. Daba lo mismo escribir una buena crónica sobre sarita Colonia que sobre los beatniks, o entrevistar a Sábato que a Moria Casán. Lo importante era imprimirle esa frescura que lo hacía tan atractivo y pasarlos por el tamiz de una prosa muy lograda para elevarlos a la categoría de cultura. Un tipo de fusión de periodismo y literatura que esperaba algún día escribir.
Más aún, el libro traía (aún lo hace) dos semblanzas que son, en realidad, dos cuentos que aquí nadie ha vuelto a intentar, me parece, o si lo han intentado no han conseguido el resultado que Ampuero ha conseguido rayando la perfección. Me refiero a Vidas soñadas, dos ejercicios de historia-ficción en los que se funde la erudición histórica con la pura fantasía. Las lagunas o vacíos que la historia no ha sabido o no ha podido explicar o elucidar, la imaginación lo hace. Solo por estas dos piezas magistrales el libro bien vale leerse.
Vivimos en una época en que nuestros jóvenes no solo no leen, sino que cuando lo hacen no leen lo que deben. Este libro debería estar primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias, formativas y también en el último, porque merece tantas veces releerse como sea necesario porque es una clase, un taller de periodismo, del mejor periodismo, que se pueda tener al alcance de la mano.
Si algo me enseñó este libro es que el periodismo, en especial el periodismo cultural, no tiene por qué ser tan serio, tan fúnebre o ceremonioso. Que el apunte culturoso, el obituario de un escritor o la nota informativa sobre un libro, un concierto o una entrevista, al personaje que sea, es una oportunidad para la originalidad y la buena literatura, y todo ello sin faltar a las reglas del oficio. De ahí la enorme importancia de su publicación. Y porque es uno de los libros peruanos de periodismo mejor escritos. Fundamentalmente eso.
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¡Qué tengan buenas lecturas!