Siempre he creído que escribir una novela es el acto de impudicia más grande que existe. Por eso mismo creo (o creía) que la autoficción es, o un impúdico acto de exhibicionismo o la narración de una historia que creemos haber vivido o nos hubiera gustado haber vivido, las mentiras que nos contamos sobre nosotros mismos como afirma Woody Allen. Formado como lector en la gran tradición de la novela realista decimonónica, no es de extrañar que sienta tan poco afecto por la autoficción, la que suelo leer, digerir o gustar poco. Hasta ahora.
Como muchas cosas en la vida, siempre hay alguien o algo dispuesto a mostrarte lo equivocado que puedes estar o, en el mejor de los casos, la falta de horizontes que no te permiten ver el panorama completo. Eso es lo que me ocurrió con Infértil (Random House), la novela debut de Rosario Yori (Lima, 1982) que me ha proporcionado, además de un agradable momento de lectura merced a una sencilla pero trabajada prosa, la oportunidad de reconciliarme con autores y novelas a los que presté escasa atención, mucho menos interés. Yo, que despotrico (o despotricaba) tanto de la autoficción, vengo a descubrir con esta novela las bondades y oportunidades ficcionales que te ofrece este subgénero. ¿Cuáles son las razones de Infértil que han obrado en mí ese cambio? Se las enumero, porque pueden resultarles de interés.
La trama es una muy sencilla y a la vez trágica: la de una mujer que, ya en su madurez, ha decidido ser madre luego de postergarla por una diversidad de razones o justificaciones que se detallan en la novela y que son, precisamente, el primer aliciente para leerla: ¿cuántas de sus reflexiones no han sido las nuestras cuando decidimos ser padres? ¿Cuántos de sus temores e inseguridades fueron los nuestros? La forma que tiene Yori de transmitirnos estos es de una sencillez que abruma, una claridad que hiere y una honestidad que nos interpela constantemente. Y la tragedia consiste en que esa maternidad postergada, no llega; los esfuerzos, no rinden frutos. Esto, como resulta obvio, lleva a la otra serie de reflexiones e introspecciones todavía más íntimas y sinceras que las anteriores, lo cual se convierte en el segundo aliciente para leerla: inadvertidamente va creando un clima de tensión y ansiedad en el que sumerge al lector. Todos intuimos el final, pero nadie cómo liquida este angustioso viaje.
Me escribía hace poco alguien que actualmente las novedades están sobrevaloradas, que debemos volver a la lectura de los clásicos, recomendar aquellos libros que aseguran momentos de lectura inolvidables. No estoy muy seguro de este consejo, y no lo estoy porque no podemos renunciar a lo nuevo y desconocido para refugiarnos en una suerte de canon infalible. Luego de leer Infértil, estoy más convencido de ello.
Esta breve novela me ha convencido que la autoficción es, después de todo, la mentira verdadera más difícil de todas. Y que las mentiras que son nuestras vidas sí pueden ser materia de gran literatura.
En otros países un debut auspicioso como el de Yori habría sido recibido y celebrado con gran entusiasmo, y no con la tibieza o indiferencia con que lo ha sido. Eso, por un lado. Por otro, nadie escribe una obra maestra a la primera. O sí, pero no todos son Vargas Llosa. Y en esto, justamente, consiste la buena estrella de descubrir un autor (o autora) y verlo crecer con el tiempo en cada nuevo libro.
¡Qué tengan buenas lecturas!