La historia como afición y como ciencia (#027)
Alguien me pregunta si le recomendaría "Perú bizarro" para conocer la 'verdadera' historia del Perú (no sabía que había una 'falsa' circulando por ahí). Le he respondido, con sinceridad, que no.
Les diré porqué.
No es por dar la contra, pero Perú bizarro está muy lejos de ser la octava maravilla que algunos exageradamente afirman es. Como tal, es solo uno más de ese tipo de libros instantáneos (literatura kleenex hecha por encargo) que pone de manifiesto la escasa (o nula) buena Historia, en este caso, que han leído a lo largo de su vida. O la poca predisposición de algunos a hacerlo.
Un buen trabajo de historia (incluso uno de carácter divulgativo) toma meses (cuando no años) de trabajo duro e investigación. Este libro no es, precisamente que digamos, un dechado de todo eso. Como toda literatura kleenex, es de usar y tirar. Y yo, en lo que se refiere a libros y con mi magro sueldo de periodista y profesor universitario (desempleado) no suelo tirar mi dinero.
Si de lo que se trata es de ahorrarse años de lecturas y la fatiga de leer decenas de libros, pues hay mejores manuales o compendios en que invertir su dinero si lo que quiere es aprender historia en serio. Ahora, si lo que quiere es un tema de conversación en la mesa o sorprender a los amigos en el bar con un dato escabroso (y a veces ni tanto), ese es otro cantar. [Una digresión. Al respecto, les recomiendo el famoso "Nueva historia general del Perú: un compendio" que publicó Mosca Azul en 1979; o los libros de Fred Rohner (que hasta premio ganaron), escritos con el mismo espíritu y afán divulgativo. O el más reciente de Natalia Sobrevilla que dedica al Bicentenario. Estos sí que serían un buen comienzo]. Hoy, lamentablemente, ya nadie quiere leer a Platón, a Montaigne o a Tolstói sino cosas del tipo Platón en 90 minutos. Y las editoriales lo saben muy bien.
Volviendo al tema, no me entiendan mal. El libro, propiamente, no es malo, pero tampoco es el portento de historiografía o investigación por el que algunos quieren hacerlo pasar, no sé si por desconocimiento o compromiso. Como manual de divulgación histórica, sí es malo. Pero como el producto periodístico que es, solo es más de lo mismo.
Al respecto, el propio autor ha dicho que su libro no es una investigación histórica en sí misma. Sin embargo, causa extrañeza que también afirme que su libro cuenta “las historias que no te contaron o no supieron hacerlo”. ¿Quién? ¿En qué libros? Se trata, por supuesto de una afirmación más marquetera que temeraria de alguien que, como he dicho, o no ha leído buenos libros de historia o no los conoce. Flores Galindo, por ejemplo, contaba historias asombrosas y poco conocidas sobre personas y libros peruanos y mundiales en diarios y revistas en los años 70 y 80 (y con mucho más calidad literaria, por cierto), que están recogidos en los tomos VI y VII de sus Obras Completas. Entre nosotros, como saben, el complejo adánico está bien extendido y arraigado.
En todo caso, voy a aprovechar la pregunta que me han hecho para decir que la divulgación histórica, como tal, es un asunto muy serio. Tanto como la propia investigación histórica. Es un tipo de periodismo divulgativo (como el científico, por ejemplo) que exige rigor a quien lo practica, seriedad en lo que se escribe y no solo saber redactar.
Este libro (por citar un caso), Reportaje de la historia. Del Antiguo Egipto a nuestros días (Esfera de los Libros, 2004) es uno de los mejores que conozco de divulgación histórica. Son más de 50 historias originalmente publicadas a lo largo de un año en el diario El Mundo, de España, escritas con rigor, impecablemente elaboradas periodísticamente hablando y en donde cada autor conserva su estilo, personalidad y recursos propios de modo que es, asimismo, un gozo literario su lectura. Hay, por ejemplo, entrevistas a Sócrates, Jesús, Marco Aurelio, San Agustín, Colón y Cervantes, reconstruidas a partir de textos y documentos históricos que, aunque apócrifas, el lector aprecia el excelente recurso periodístico que representan para acercarnos a lo que pensaron todos ellos. ¡Un librazo!
Pero lo verdaderamente importante que este libro demuestra, lo que pone de manifiesto de manera irrebatible, es que lo simple no es lo mismo que simpleza, del mismo modo que la sencillez tampoco es sinónimo de pobreza (en este caso, léxica). Se puede pretender escribir un libro sobre temas especializados para un público no especializado sin que ello signifique recurrir a un lenguaje ridículamente soso, pobrísimo y repleto de referencias a la cultura popular (para que ’conecte’ con el público), porque entonces ya no es historia, sino espectáculo, simple entretenimiento. En este sentido, si algo me enseñó este libro fue a mantener bien lejos los libros que tratan a sus potenciales lectores de tontos y están escritos o explican las cosas en la creencia de que quien va a leerlo es un tarado al que hay que explicarle no solo lo obvio sino, además, descubrirle la pólvora.
Afortunadamente, he sabido mantenerme lejos de ese tipo de libros. Y es lo que les aconsejo a ustedes, en la medida de sus posibilidades (y gustos) hacer también.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Sería bueno un artículo sobre manuales de historia universal e historia del Perú. Como para impulsar en los colegios.
Saludos.