Hace un tiempo comentaba que cada vez que alguien me pregunta cuál es mi novela favorita, la respuesta ha variado según el momento en que me la hicieran. Hace diez años habría dicho que mi novela favorita, sin importar género, época o idioma, era Guerra y paz de Tolstói. Y si me hubiesen hecho la misma pregunta diez años antes, cuando ejercía el periodismo plenamente y participaba diariamente en febriles cierres de edición, Conversación en La Catedral de Vargas Llosa hubiese sido mi respuesta. Y que a los 15 años, cuando uno es joven y tiene una vida de lecturas por delante y es fácilmente impresionable, habría respondido que Las confesiones de un pequeño filósofo de Azorín. Hoy, en que he fatigado tantas páginas de tantas latitudes, idiomas, escuelas y tipos, ¿cuál sería mi novela favorita? ¿Cuál sería ese título luminoso ante la dichosa pregunta? De eso, hoy, no tengo la menor duda: La montaña mágica. Dentro de diez, también lo sé: La montaña mágica. O lo sé de un modo distinto o mejor, casi atávico. Siempre fue La montaña mágica y lo que hicieron las demás novelas a lo largo del tiempo fue allanarme el camino, prepararme para llegar a ella. Porque, indefectiblemente, todos los caminos siempre conducen a ella.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Hola, Jorge, ¿no sería fantástico si hicieras una lectura guiada con tus suscriptores (suscriptores de pago) de este libro? Por favor, ver mi comentario a tu post del 20 de enero. ¡Saludos!