Nicolás Yerovi (1951-2025) (#225)
En un momento como este me gustaría decir que conocí a Nicolás Yerovi y referirme a las bondades de su persona y a sus excelencias como escritor, pero la verdad es que nunca tuve la suerte y el honor de conocerlo, de tratarlo personalmente, ni como lector ni como periodista. Pero si es cierto aquello de que uno conoce a un autor si ha leído sus libros, entonces sí puedo afirmar que lo conocí bastante bien, que fui uno de sus miles de lectores fieles y que lo seguía en todo lo que hacía, escribía o publicaba. Fue un auténtico genio (hoy, en que ese palabra está desprestigiada —se la endilgan a cualquiera— parece ser un elogio común y manido decirlo, pero él sí que lo era realmente).
Lo empecé a leer, como se suele decir, desde que utilizaba pantalón corto, en la secundaria. Coleccioné en mi archivo de recortes muchos de sus artículos periodísticos y ejemplares de su Monos & Monadas, y sufrí —sí, sufrí— como propio el kafkiano proceso de plagio que tuvo que soportar (¡en el que él era el acusado de plagiar su propia novela!) y celebré como si fuera mía la publicación, el año pasado, de un libro recopilatorio y casi de Memorias que publicó Planeta de su mítica revista, una publicación que fue su despedida anticipada. Una maravillosa y genial, como todo lo que hacía Yerovi, despedida.
Leo por todos lados que el Ministerio de Cultura le ha negado sus ambientes para el velatorio que le correspondía como personaje representativo de la cultura. No me extraña. Su humor corrosivo y terriblemente inteligente eran lo que más detestaban y odiaban quienes desde sus posiciones de poder han tenido a la cultura, a los artistas, a la inteligencia misma, todo lo que Yerovi representaba, como quinta rueda del coche. Así que no se enojen, porque él está doblándose de risa ahí adonde ha ido, que es un lugar mejor que en el que estamos nosotros con ministros, congresistas y una presidenta que han convertido a este país en un verdadero infierno. Un infierno que Yerovi, para su tranquilidad y descanso y nuestra tristeza, ya abandonó.
¡Buen viaje, Maestro!