Hace unos meses, cuando concluyó nuestro contrato de trabajo, una amiga me pidió que le recomendara «un libro que le enseñe a escribir». Mi amiga, al igual que yo, sabía que le iba a tomar un buen tiempo poder encontrar un nuevo empleo, así que había decidido aprovecharlo en un proyecto que hace tiempo le rondaba la cabeza: escribir un libro sobre sus experiencias como psicóloga laboral.
Apenas empiezo a explicarle que escribir un libro no es algo que uno decida como quien decide, por ejemplo, qué almorzará hoy, me ataja al instante. Mi amiga no es alguien de andarse con rodeos: «no me vengas con tus vainas literarias, Jorgito. Solo quiero que me recomiendes un libro que me enseñe a poner una palabra detrás de otra correctamente. Ya después, tú lo corriges. No te preocupes, te voy a pagar».
Pienso entonces quién soy yo para darle la contra si tiene todo tan claro, así que le recomiendo un par de títulos de la colección Guías del Escritor de la Editorial Alba, en especial uno que le viene como anillo al dedo a mi amiga: Autoficción. Escribe tu vida real o novelada, de Silvia A. Kohan.
Mi amiga se va satisfecha, rumbo a la librería más cercana a comprar el libro que le recomendé. Pero me deja pensando: ¿qué libro o manual, en serio, le recomendaría a alguien que busca sinceramente mejorar su escritura, dar un paso hacia adelante, destrabarse, mejorar su manuscrito?
Porque, finalmente, eso es para lo que sirven los manuales de escritura: para ayudarte, no para enseñarte el oficio. Si algo he aprendido de los que he leído o revisado es que ninguno te enseña a escribir bien, sino a reescribir mejor. Y, sobre todo, a leer lo que hay que leer. Esa es la principal lección que me han dejado.
Desde Poe y Henry James hasta Stephen King y Murakami, y en medio de estos una larga lista de autores, algunos con un Premio Nobel a cuestas, los libros o manuales de escritura lo que te enseñan, estoy convencido de ello, es qué hay que leer y a quién. Porque detrás de cada consejo, ejemplo o muestra de cómo escribir una frase, utilizar una figura o recurso literarios o cuándo ponerle el punto final a un texto, siempre está detrás de ese consejo un escritor, alguien que lo hizo soberbiamente y sirve como modelo para el resto de los mortales.
El libro de Richard. Cohen, Cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores, v. g., no te enseña cómo elegir un título, cómo empezar tu novela o cómo construir tus personajes, sino cómo lo hicieron los grandes autores que admiras, que lees religiosamente. Y ese, creo, es el verdadero valor de un libro como ese.
En De qué hablo cuando hablo de escribir, de Haruki Murakami, un autor al que Vargas Llosa considera un “escritor profundamente superficial”, encontramos las claves de cómo logra el japonés esa atmósfera, esa profundidad en sus libros que no convence o gusta a don Mario (y que es algo difícil de lograr, por cierto). Superficial o no, profundo o liviano, es un libro que se disfruta mucho y, bien leído, se aprovecha bastante.
A mí lo que me gusta del libro de Stephen King, Mientras escribo, es la lección de perseverancia y empeño que encierran sus páginas: no se llega a ser Stephen King sin muchos reveses, negativas y trabajo duro de por medio, todos los días. Hasta en Navidad, como él mismo cuenta en sus páginas. La gran lección del libro: trabajo duro y mucha confianza en uno mismo.
Y el de Brandon Sanderson, Curso de escritura creativa, que acabo de empezar, es lo mismo: las claves de su escritura, los autores que lee o le molestan, su método de trabajo que están, todos, íntimamente relacionados con lo que él concibe que es una obra de ciencia ficción o fantasía. Y precisamente por esto último, muchas de las fuentes que cita, analiza o pone de ejemplo son no solo autores conocidísimos de ese género, sino también productos del cine y la televisión. Un manual para escritores de estos tiempos.
Libros como los de E. M. Forster (Aspectos de la novela) o el de Milan Kundera (El arte de la novela), no son manuales de escritura propiamente dicho, sino libros eminentemente reflexivos que te dicen más sobre qué piensan estos autores sobre qué es una novela que sobre cómo escribir una. En todo caso, resultan altamente ilustrativos de lo que le espera a quien haya decidido empezar (o ya empezó) la aventura de un texto literario.
Por cierto, en el de Kundera hay una historia (en la quinta parte) que él utiliza para definir qué es lo ‘kafkiano’, y que, en sí misma, explica ese concepto mejor que cualquier tratado o estudio todo lo que el checo ha escrito y por qué. Es imperdible.
Podría seguir enumerando más ejemplos (que abundan), pero creo que la idea que quería expresar ha quedado bastante clara: ningún manual te enseña a escribir, sino lo que tienes que leer o a quién tienes que leer para hacer cada vez mejor aquello que hoy haces mal. Es la gran lección que he aprendido después de fatigar libros y autores, dictar un curso de redacción política y corregir decenas de tesis: a escribir se aprende leyendo mucho y, solo después, escribiendo mucho. Puede sonar a una verdad de Perogrullo, pero es la realidad. (Quien lo explica mil veces mejor que yo es Vanni Santoni en su magnífico Para escribir hay que leer que todo aspirante a escritor, cronista o columnista de ocasión debería de leer).
En este punto sí me gustaría mencionar tres libros, que por su carácter eminentemente práctico todos los que escriben deberían leer: los dos manuales que publicó Páginas de espuma y el famoso libro de Robert McKee. En el caso de los dos primeros es como si todos los libros de la colección de Alba mencionados arriba los hubieran metido en una licuadora y servido, primero, Escribir cuento y luego Escribir novela (recientemente ha publicado un tercer manual, Escribir infantil y juvenil, que no he podido revisar). El de McKee, El guion, es infaltable en cualquier discusión como esta, porque no es necesario querer escribir un guion para leerlo. Es el libro que mejor ha explicado qué hace que funcione una historia o cómo hacerla funcionar aprovechando al máximo los recursos de que dispones, sean estos pocos o muchos.
Sí, ya sé que también están los textos de Úrsula Le Guin (Conversaciones sobre la escritura), Henry James (Novelistas), Vargas Llosa (Cartas a un joven novelista) y Ricardo Piglia (El último lector), solo por mencionar respetabilísimos títulos, pero estos son pesos pesados. Lea primeros los que se mencionan aquí, y luego aventúrese con estos grandes maestros de la narración.
Y no olviden lo que alguna vez escribió Roberto Bolaño: «Escribir no es normal. Lo normal y lo placentero es leer; incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de masoquismo».
¡Qué tengan buenas lecturas!
La colección de ALBA es imprescindible, pero mi favorito es “El arte de la novela” de David Lodge.
Ajá! que buen dato.