Y de los demócratas, ¿quién nos salva? (#091)
Pedro Castillo debe ser, con toda seguridad, el peor presidente de la historia peruana, incluidos los del siglo XIX en los que hay verdaderas joyitas. Lo que no estoy muy seguro es si sea el más corrupto de todos los presidentes corruptos que hemos tenido, como nos lo quiere hacer creer una prensa concentrada y complaciente con los grupos de poder que tienen secuestrada nuestra democracia en un edificio venido a menos que llamamos Congreso. ¿Más corrupto que Fujimori, que purga prisión por crímenes de lesa humanidad? ¿O que el suicida, que eligió el camino más fácil antes que enfrentar la justicia y demostrarle su inocencia a los imbéciles? ¿O que Toledo, otro inquilino de la Diroes por sus excesos y torpezas al extender la mano para el dinero sucio?
No me entiendan mal. No estoy diciendo que Castillo sea inocente, ni relativizo la dimensión de sus delitos, en modo alguno. Pero comparado con sus predecesores es un bebé de pecho cuyo único crimen fehaciente, comprobado rotundamente innumerables veces, fue ganar una elección que nunca debió ganar. Y no debió por dos razones fundamentales: era la persona peor preparada, la menos indicada para el cargo para el que fue electo; y, sobre todo, una vez logrado lo primero, la persona menos interesada en estar a la altura de las circunstancias, con un absoluto desinterés en buscar soluciones o alianzas reales (o sea, legítimas y democráticas) que le permitieran gobernar o hacer algo. Se conformó con entregarle el país a la banda de delincuentes que, bajo el membrete de Perú Libre, primero, y Gabinete después, le permitió lucir la banda presidencial mientras el resto se levantaba el país descaradamente y sin escrúpulos o medida. Para Castillo, la dignidad y razón de ser de su cargo era una foto en primera plana antes que una responsabilidad.
Su triunfo, cuestionado, denunciado, no reconocido y, finalmente, aceptado a regañadientes, fue un escupitajo en la cara a los acostumbrados a hacer en el país y la política lo que siempre han querido. Y eso es algo que no pueden permitirse una segunda vez. Ni la afrenta ni la prueba de que este país, nuestra democracia, es tan real que cualquier hijo de vecino, literalmente, puede llegar a ser presidente. Buena es democracia, pero no tanta parece ser el mensaje de estos días. Pero si de algo también estamos seguros, es que esta gente ya aprendió la lección y entendieron que, por las buenas (o sea, ganando limpiamente una elección), no van a hacerse con el poder así que han cambiado la estrategia. Una en la que el Congreso ha sido y es pieza clave.
Confiados en la torpeza e ignorancia de Castillo y en la angurria y la inexperiencia para lo ilícito de sus allegados, empujaron al expresidente hasta donde llegó. Y con esto tampoco estoy diciendo que lo del 7 de diciembre pasado sea culpa de la oposición, sino que esta supo, en la dinámica del poder, jugar bien su partido esperando que Castillo y su gente respondieran con el pie en alto, como finalmente lo hicieron. Para lo demás, confiaban en que el resto, todos, incluido el suscrito, condenara el golpe, reclamara por la institucionalidad quebrantada (o su intento de quebrantarla) para poner en marcha un bien diseñado plan de copamiento del Ejecutivo y las principales instituciones del país, censura y condena de todo lo relacionado con el expresidente y terruqueado todo atisbo de reclamo social. Hoy, toda voz disidente con el gobierno o con el Congreso es terrorista, antidemócrata o caviar, sea lo que sea que esto último signifique.
El último capítulo de esta destrucción de nuestra democracia es la decisión del Congreso (la nefasta moción 7565) para que su Comisión de Justicia haga una investigación sumaria (o sea, saltándose todos los procedimientos de ley) y remueva a los siete miembros de la Junta Nacional de Justicia, lo que directamente afecta la autonomía de un Poder del Estado por otro, poniéndolo por debajo de él, casi su subalterno. Esto, como queda claro, no solo afecta esa autonomía sino deja toda decisión judicial, desde un juzgado de paz hasta los casos de corrupción de alto vuelo, en manos del Congreso. Esa misma gente que da leyes a su antojo o de sus patrones, que recorta el sueldo a sus trabajadores y no son, pero ni amonestados y que, casualmente, viene siendo investigados por el Poder Judicial o impedidos de postular o asumir un cago en la administración pública por delitos cometidos, causas en proceso o materia de investigación, es esta misma gente la que quiere decidir quién debe ser y quién no juez o fiscal en este país. Más aún, el atropello es todavía más colosal si nos detenemos a analizar las razones de fondo.
Y estas no son otras que impedir que la Junta siga investigando a la actual Fiscal de la Nación, aliada incondicional del Ejecutivo y del Congreso en entregar el país a los que no ganaron una elección por las buenas, seriamente cuestionada e investigada por la Junta que podría tener causas legales y de peso para removerla del cargo. Otra, la de asegurar la elección de los nuevos jefes de la ONPE y la Reniec que ante otro eventual Castillo se avengan a decir Chicheño cuando vuelvan a perder otra vez la próxima elección y denuncien fraude (en realidad, esta sería la razón de peso). Y por supuesto, el Congreso busca elegir a quienes administraran justicia en este país y que lo último que haga sea investigar los delitos que la inmunidad que le proporciona el cargo les impide ahora investigar. Una impunidad que busca igualmente el Ejecutivo que ya siente en la nuca el aliento de la justicia internacional por las muertes de 60 peruanos en unas protestas que habrán tenido poco de pacíficas, pero sí mucho de brutalmente reprimidas.
Castillo fue electo en la plancha presidencial de Perú Libre, pero el gran partido que le dio la victoria fue otro, uno que ha colocado los últimos tres presidentes por elección de nuestra historia reciente: el gran partido antifujimorista. Un partido que no ha perdido una sola elección y no la perderá. Y esa es la otra gran lección aprendida por quienes creen que el país es su chacra y los ciudadanos los borregos que vienen con ella. O sea, que sólo debemos obedecer sus designios, caprichos o arbitrariedades que están en única sintonía con sus intereses y peleados con las de la nación (lo que vienen haciendo con la reforma educativa, por ejemplo, es el mayor perjuicio que le han hecho a los jóvenes de este país). Que les permitamos seguir creyendo eso y hacer lo que quieran con nuestro país y nuestra zarandeada democracia depende de nosotros. Sólo de nosotros.
Que tengan buenas lecturas.