¡Feliz Día del Libro! (#062)
Yo, como decía Eduardo Mendoza, «si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferiría ahogarme en el naufragio». Ahogarme con ellos, se entiende.
El recuerdo más remoto que tengo de mi infancia está asociado con un libro; y el más feliz de mi adolescencia, igual. Y el más increíble, ese que cada vez que lo cuento no me lo creen, también. Adonde mire, hacia atrás al pasado o hacia el futuro, siempre hay un libro en mi camino. Y esto último, que puede ser una metáfora pobremente construida, en realidad no lo es: literalmente, hay un libro en cada aspecto, momento o acontecimiento de mi vida. Por eso no es extraño que desde ese remoto recuerdo infantil al día de hoy, como dice el Dante “a mitad del camino de la vida” haya acumulado no una, sino dos bibliotecas de varios miles de volúmenes cada una.
Cuando me casé frisaba los treinta años y dejé mi primera biblioteca en casa de mis padres, con la secreta esperanza de no tardar mucho en comprar una propia yo y llevar a ella mis queridos libros. Me tomó casi cinco años comprar una, que en realidad fue un departamento modesto en donde no entraba ni la mitad de ella. Así que, compungido y renuente, seleccione 200 de ellos, doscientos títulos importantes que necesitaba para mi trabajo, estudios y solaz. De eso hace veinte años y hoy, en el departamento que compramos, hay más libros que los que dejé en casa de mis padres. Como dije, dos bibliotecas.
Dos bibliotecas que, para bien o para mal, me han hecho el hombre que soy, uno para quien los libros no solo son un placer, pasatiempo o descanso, sino también una herramienta de trabajo. La ocasión en que tuve que visitar al neurólogo por un cuadro de estrés extremo que padecía, luego de responder a sus preguntas sobre un día cotidiano en mi vida, me dijo: «Usted ha hecho de su trabajo, su manera de descansar; y descansa, haciendo en lo que trabaja todos los días. ¡Es un salvaje!». Por supuesto, se refería al acto de leer. Y no sé si tenga razón y sea una salvajada leer para trabajar y descansar leyendo, pero así soy feliz, pleno, completamente yo. Leer es la manera en como defino mi propia existencia, por mediocre, simple o insignificante que sea.
¿Deportes? Nunca me llamaron la atención y, con sinceridad, el esfuerzo físico me desagrada. ¿Viajes? Me encantan, y mucho, sobre todos los terrestres, por las largas horas de lectura que implica cada uno y los libros que puedo encontrar a los lugares adonde voy. ¿Fiestas? Supongo que ya imaginarán la respuesta teniendo en cuenta que leer es sinónimo de tranquilidad, silencio y quietud.
Los libros han estado conmigo, asociados a mi propia existencia, desde siempre. No concibo mi vida sin ellos. Me han acompañado desde siempre y me acompañaran hasta el último día. Y así como algunos se preocupan por el final inevitable y hacen planes y preparativos sobre sus posesiones terrenales, el futuro de sus hijos o el perro que dejarán desamparado, a mí me preocupa cuál será el destino de mis libros, asegurarme de que no queden abandonados a su suerte. Es la única deuda que tengo con ellos. Después de todo, me han dado horas de felicidad y recuerdos imborrables mejores que muchas personas.
Empecé estas líneas estimulado por las que escribió un amigo sobre los diez libros que más han influido en él. Yo quise imitarlo, sentarme y referirme a esos diez libros que me hicieron lector, pero no pude. No pude determinar esos diez libros. Y es que todos han sido importantes para mí, cada uno de los que leí en algún momento, circunstancia o dificultad de mi vida fueron trascendentales por una u otra razón. Con cada uno de ellos tengo una historia y con cada uno un secreto inconfesable con toda seguridad. Yo, como decía Eduardo Mendoza, «si tuviera que llevarme un solo libro a una isla desierta, preferiría ahogarme en el naufragio». Ahogarme con ellos, se entiende.
¡Feliz Día del Libro!
Plenamente de acuerdo con el autor, salvo en un extremo: el final de los libros siempre es una librería de viejo. Me lo decía un compañero de trabajo, mucho mayor que yo y aficionado a los libros también. Y a medida que voy cumpliendo años, lo tengo más claro. Quizá no por "malicia" de nuestros herederos, sino por falta de interés en la materia de muchos de los libros o falta de espacio. El futuro no es de libros de papel, por lo que nuestras bibliotecas tienen los días contados (los de nuestra vida y un poco más). Un cordial saludo
Excelente, Jorge. Por aqui a leitura também é definidora da minha existência. E a biblioteca também se divide entre meu apartamento e os livros que deixei e levo para meus pais.
Abração.