Entre muchas otras, estudié y me licencié en Historia por una buena razón: siempre me hizo pensar. Y esto, a su vez, también tiene otra buena razón: desde que estaba en la escuela secundaria siempre leí buenos libros de Historia. Esto, por supuesto, igualmente tiene su explicación: tuve buenos profesores. De esos que hoy no existen.
Algo que aprendí en esos buenos libros es que la Historia es una y el lector y el que te la cuenta otra. Un buen relato histórico lo que hace, antes que ofrecerte respuestas es premunirte de preguntas, cuestionamientos. Libro que no te hace pensar, ese sí que es malo. Que usted, yo o cualquier hijo de vecino seamos personas, lectores complacientes o no es, precisamente, lo que define a una buena educación escolar. Y que, en mi caso, que provengo de una escuela primaria, secundaria y universitaria públicas, fue todo un privilegio.
Desde ese punto de vista, reducir el relato histórico a la simple anécdota, el chisme ramplón o la frase ingeniosa, no voy a decir que no es Historia, pero sí una de escasa calidad. Una que más que complacer al lector, en realidad lo menosprecia, insulta su inteligencia. El tipo de lector complaciente, conformista y negado para la reflexión que la Educación de hoy pretende.
Lo que hacen estos libros (y los autores que los escriben) es apelar a la pretendida incapacidad para comprender del lector y a la insatisfacción de este con lo que llaman 'libros aburridos'. Seamos claros: esta no es potestad exclusiva de la Historia. Hasta cierta literatura, incluso de calidad, resulta aburrida (conozco muchas personas que leen a Marx o a Woolf y se aburren soberanamente con Cien años de soledad).
En todas las ramas del saber hay libros aburridos y los que no. Así que utilizar como excusa el aburrimiento para denunciar «un plan perfectamente trazado para que el ciudadano no conozca su historia» resulta tan ridículo como cómico. Que usted se crea ese cuento, es asunto suyo. Y que los medios de comunicación le den cabida y tribuna, un peligro.
Lo que sí es asunto de todos nosotros es esa arremetida, consciente o no, contra la Historia académica, esa misma Historia que cuestiona el presente desde el pasado y no esa que se dedica a lo contrario: a explicar el pasado desde el presente con absurdas teorías conspiratorias. Esa sí, no es historia. Es cuento. Y el cuento, vende bien.
No me entiendan mal. No estoy diciendo que la historia divulgativa (que leo bastante, aprecio más y recomiendo mucho), sea, en sí misma, mala o desaconsejable. Lo que afirmo es que hay autores (como los de los libros de autoayuda) que apelan, dirigen sus baterías a las carencias o falencias de sus potenciales lectores. Esos mismos que están convencidos que una mágica pastilla es la solución a sus problemas de salud (en vez, por ejemplo, de una dieta y una alimentación saludables) o que cien páginas de supuestas revelaciones los volverán cultos (en vez, también, de una saludable dosis de buenos libros, escritos por auténticos historiadores).
Siempre he defendido y defenderé el derecho de cualquiera a poner un plato en la mesa del modo que mejor pueda. Incluso escribiendo libros malos. Pero creo que tomar por opas al resto es el modo más cuestionable de todos. No por la afrenta de insultar nuestra inteligencia que, como dije, una buena educación pública nos enseña a dejar pasar de lado, sino porque asistimos a la estupidización de la sociedad, a la coronación de la banalidad como norma. Y eso sí me molesta. Y mucho.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Una pregunta, el video de Nieves Concostrina es porque sustenta tu punto, tu manera de pensar o porque representa lo que denuncias. Escucho sus podcast y me entretienen, me informo aunque sé que no es una visión académica que me permita tener un conocimiento profundo de todo lo que ocurrió. Me gustaría saber tu opinión. Gracias, me encanta tu página