La redacción no se improvisa (#053)
A un recién nombrado ministro brasileño del Deporte, un periodista extranjero que lo entrevistaba le preguntó cuáles eran sus planes inmediatos. Él respondió que su principal objetivo era que el vóley volviera a alcanzar el podio internacional que había perdido en los últimos años, algo imperdonable tratándose del principal deporte de su país. Sorprendido, el periodista le replicó: “Pensé que el fútbol era el principal deporte del Brasil”. “No, se equivoca”, respondió el ministro. “En Brasil el fútbol no es un deporte, es una religión”.
A mis alumnos les repito más o menos lo mismo. A escribir se aprende leyendo, y leyendo mucho. Y leyendo a los mejores, además. Ese es el dogma de la nueva fe que se ha abrazado y que como todo dogma es incuestionable. Por supuesto, nunca falta el listillo que replica inmediatamente: “Yo pensé que a escribir se aprendía escribiendo, profe”, provocando las risas del resto. Eso se da por descontado. Eso no se lo tengo que enseñar ni al listillo ni a nadie que ha elegido el poner una palabra detrás de otra como forma de ganarse la vida o ser feliz. Su nueva religión. Lo que sí hay que enseñarles, como lo prueba el listillo, es que si no leen lo suficiente (y a los mejores, como repito insistentemente), se corre el riesgo de convertirse en un Pedro Camacho, que no leía a nadie para no malograrse el estilo.
Esta innecesaria perorata es para remarcar algo que a veces olvidamos los que profesamos esta fe: que escribir bien no significa, necesariamente, escribir correctamente. El polígrafo Luis Alberto Sánchez cometía tantos errores de estilo que volvía locos a los correctores de Caretas. Y Vargas Llosa comete ‘otros’ que sirven de ejemplo en algunos tratados lingüísticos (quien lo desee, puede revisar la introducción al Diccionario combinatorio del español contemporáneo). Porque tengo muy presente todo esto es que están, sobre mi mesa de trabajo y siempre al alcance de la mano, diccionarios, libros de estilo y La redacción no se improvisa. Guía para lograr textos de calidad, de Jesús Raymundo, periodista, escritor y corrector de entuertos impresos y digitales. Un libro y un autor que muchas veces me han sacado de apuros, ayudado a resolver con colegas del trabajo una polémica escritural o, simplemente, evitado algún papelón de los muchos en los que siempre incurro cuando el apuro o la prisa impiden que extienda la mano salvadora. Porque, como ocurre con toda religión, la duda puede ser mortal. Y ante la duda, una rápida consulta puede significar la diferencia entre el escarnio público o el comentario benigno de los que te leen. Y en esto, precisamente, radica el enorme valor del libro de Raymundo.
Tratados, manuales y guías de todo tipo sobre la correcta manera de escribir existen cientos, tal vez miles. Y unas cuantas decenas son los que siempre son citados o recomendados para alcanzar ese nivel, no de perfección sino de corrección al que debería aspirar todo escrito. ¿Qué es lo que diferencia esta gramática de otra? ¿Qué hace mejor -o peor- a este manual respecto de aquel otro? Vaya usted a saber. Lo que sí sé, con sobrada experiencia, es que, en esto de las guías y manuales, gana el que mejor está concebido para hacer accesible o fácil lo que pretende transmitir al resto. Y en esto, La redacción no se improvisa gana por goleada.
Resulta obvio que las reglas y normativa de un manual u otro son las mismas, lo que cambia es el modo de explicarlas y los ejemplos que se utilizan para hacerlas comprensibles. Es en ese sentido que el mayor mérito de este libro es la forma en que ha sido concebido, cómo presenta su contenido. En lo que a redacción se refiere, Raymundo no ha descubierto la pólvora, pero sí la mejor manera de utilizarla, de sacarle el mejor de los provechos. La brevedad de sus páginas (sin ser pocas) es otro de los méritos del libro: va a lo esencial del asunto, no se pierde en disquisiciones filosóficas o teóricas. Lo suyo es que redactemos cada vez mejor, con calidad como reza el título. Y a esto contribuye, como decía, una ágil e inteligente diagramación, tal vez el mayor acierto del libro. Así, lo que se busca, aquella duda que nos acosa es rápida y eficientemente ubicada. No hay manera de perderse en este libro.
El mejor elogio que puede decir de él es que en las dos ocasiones en que lo compré, la segunda y tercera edición, regalé ambos ejemplares al personal u oficina donde trabajaba, luego de volverse tan útil su consulta. Esta cuarta que tengo en mis manos, aumentada y actualizada, seguramente correrá la misma suerte cuando salga la quinta. Porque estoy seguro de que la habrá. Es lo que sucede con los libros exitosos y útiles: nunca pasan de moda.