Seis propuestas de lectura para esta semana (#194)
Últimas lecturas hechas que resultan una buena recomendación para empezar la semana.
Acabé la lectura de Biografías falaces (Debate), el reciente libro del periodista César Hildebrandt, de un tirón, en un par de horas. Hubiera podido acabarlo antes si no fuera porque se trata de la clase de libro que no le da tregua al lector. Ni siquiera para tomar un poco más de aire y así seguir doblándose de la risa mientras te hace pensar, repasar la historia reciente de un modo tan poco usual. Hildebrandt, en la presentación de este, nos dice que la risa es la única forma de venganza que nos queda contra aquellos que han convertido el país (la política y su sistema judicial, por ejemplo), en otro albañal de su propiedad, y tiene razón. Reírnos de ellos, eso sí, con ingenio y rudeza, casi con la crudeza con la que lo hace él en cada línea, en cada imagen, en cada descarnado retrato de los protagonistas de esa historia. Si alguna vez la broma pesada, la alusión, el doble sentido fueron mal vistos, aquí hay que celebrarlos. Porque es muy improbable que biografías tan feroces y reales como éstas (lo de 'falaces' es otra broma del autor) alguna vez se escriban, pero nos queda el consuelo de saber que, en un momento de nuestra historia, tal vez el peor momento de ella, la mentira, lo falaz, también fue una forma de la rebeldía. La carcajada como un ensordecedor grito de denuncia.
Mi desapego y poca destreza con las matemáticas y los números se debe a que toda la secundaria tuve por profesor a un bruto que, cuando no podías resolver un problema que él escribía en la pizarra, estrellaba tu cabeza contra esta o tiraba de tus patillas hasta hacerte gritar de dolor. Esa amarga experiencia no me quitó el gusto por los libros de divulgación científica o los de historia económica que suelo leer con asiduidad. Pero sé bien que ese escaso o deficiente conocimiento no me permite aquilatar o comprender una parte importante de lo que a veces leo, tener la certeza de que me estoy perdiendo de algo. Pese a ello, nunca me interesó remediar aquello que en la escuela secundaria se arruinó. Hasta ahora, en que he podido leer los primeros capítulos del libro de Alessandro Maccarrone, El infinito placer de las matemáticas (Blackie Books, 2023), que no miento ni exagero si digo que me ha reconciliado con ellas. El libro tiene una sumilla en la portada que resume bastante bien el espíritu (y la lección que lleva implícita) éste: «Las matemáticas son la arquitectura del universo, y son fáciles y enormemente divertidas cuando te las explican bien». De esto doy fe: de lectura fácil y entretenida, décadas después de terminar la secundaria he venido a descubrir que sí, que las matemáticas después de todo sí son fáciles cuando te las explican sin golpes ni gritos. Y este libro lo hace maravillosamente. ¡Gracias Penguin por reconciliarme con el pasado!
Cuando me llegó este libro, cargué con él poco más de dos semanas. Me acompañó en dos viajes a Huacho y tres de retorno a Lima. Y en cada viaje que hacía y lo volvía a leer o revisar sus páginas, los poemas o fragmentos resaltados, anotados, me preguntaba qué podía decir de él que no sonara a elogio simplón, a lugar común, a ditirambo fácil. Y es que es un libro que no merece la afrenta de la frase de ocasión. Un desastre informático que sufrí y que se llevó apuntes, notas y borradores de varios comentarios pendientes se llevó el de este libro que por fin había logrado escribir, quizás apenas esbozar, después de tantas idas y venidas. Y tal vez haya sido así mejor. Recuerdo que decía algo de una prueba de una obra ya consolidada, una antología que era una perfecta muestra de una poeta destacada y cosas por el estilo. Es decir, más de lo mismo. Hay ocasiones en que los desastres informáticos son un alivio antes que una tragedia. Y lo son porque ahora creo que lo único que debí decir de este hermoso libro es que ha logrado acercarme todavía más a la poesía que, como saben, frecuento poco. Preguntarme cómo es posible transitar por este mundo sin leer libros como A dónde volver. Poemas reunidos de Andrea Cabel.
Desde que se publicó tenía muchas ganas de leer este libro. Cuando Planeta me preguntó amablemente si deseaba algún título en particular de sus novedades de setiembre, sin pensarlo dos veces les pregunté si podía ser Las vulnerabilidades, de Elvira Sastre (Seix Barral), que apareció en marzo de este año. Me lo enviaron. Luego de leerlo confirmo que mi elección fue la correcta. ¡Cáspita, qué gran libro! ¡Cómo lo he disfrutado! Aunque disfrutar no sea, precisamente que digamos, la palabra más adecuada para describir las sensaciones que produce su lectura. El libro, que la editorial califica de thriller sicológico, es uno al que esa etiqueta le queda corta ya que se trata, en realidad, de uno sobre las secuelas que la violencia de género deja en sus víctimas; secuelas, heridas que pueden resultar imperecederas para quienes las padecen como puede atestiguar quien se aventure en sus páginas. La narradora asume el desafío de contar esta cruenta, dolorosa historia en primera persona (la novela se inspira en un hecho real vivido por Sastre), pero se equivoca quien se apresure a calificarla de feminista, panfletaria o cosa por el estilo. Es una obra que retrata, con una prosa clara y sencilla, que raya en lo envidiable, el dolor, la angustia, la solidaridad, así como la indiferencia, el abandono, la soledad de las víctimas que sólo pueden encontrar consuelo entre ellas mismas. En definitiva, un libro en el que pasar de una página a la siguiente se convierte en un tren de emociones en constante aumento. Conclusión tras leer Las vulnerabilidades: debo buscar y ponerme al día en todo lo que haya publicado su autora. Y mientras más pronto, mejor.
Como todo buen thriller que se respete, Madre de Dios no cuenta la historia de un crimen (el que da motivo al libro) sino el de dos (el que de manera clamorosa enmarca al primero). El asesinato del esposo de la protagonista, que, de manera abrupta, casi brutal, nos enteramos en la primera línea del libro, es el inicio de un viaje por el crimen tanto o más brutal y sinsentido, imperdonable, que se comete a diario a vista y paciencia (y colaboración) de las autoridades contra la selva amazónica, el 'ecocidio' del que habla la contraportada del libro y que a mí no me gusta nada para describir, resumir el contenido de esta extraordinaria novela. Extraordinaria novela, además, porque se trata de la primera de su autora, Andrea Ortiz de Zevallos. En ese sentido, uno puede pensar que, como ocurre con Crónica de una muerte anunciada, al lector se le estropea la trama cuando, desde el primer párrafo ya sabemos quién murió y porqué. Pero como ocurre en la novela de Gabo, el mérito de este libro, el de su autora, reside, precisamente, en llevar al lector de la primera a la última página sin pausas, pese a ese dato revelador. Y como condimento de todo esto, la memoria, el duelo, el dolor por la tragedia propia y ajena, la rabia ante los crímenes impunes que contagian, sublevan al lector. Todo lo que se ha dicho sobre esta novela (cautivante, ritmo trepidante, envolvente) es cierto. Tal vez lo que no se ha dicho es que es una obra realmente hermosa. Y lo es porque cualquier obra de este tipo que supere la valla de la lectura para entretener para alcanzar la de la lectura para pensar merece ese adjetivo.
Un amigo al que quise mucho y falleció muy joven, que conocí en el colegio y fue el primero a quien le mostré las cosas que escribía, me dijo, la vez que le mostré el borrador de un cuento para niños, que si pensaba dedicarme a la escritura que lo pensara bien porque escribir cuentos para niños no solo es el asunto más serio y delicado del mundo, sino también el más difícil. Desde entonces, cada vez que leo un libro para niños, tengo presente las palabras seriedad y dificultad que escuché aquella vez. El que acaba publicar Hernán Garrido-Lecca, Tributo a todos los elefantes en Planeta se ajusta a lo que mi amigo recomendaba: un respeto -seriedad- absoluto por el pequeño lector al tratarlo como tal -lector y niño- y no como un ñoño; y una sencillez que pone de manifiesto esa dificultad de la que hablaba José, mi amigo. Porque si hay algo difícil de lograr es la sencillez, la "dificilísima sencillez" que tanto ponderaba Azorín. En este libro rebosa.
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