Pensé responder al comentarista de abajo refiriéndome al grave problema de comprensión lectora que su glosa revela, pero en realidad es uno que expresa uno mayor: esa obsesión materialista de esta generación por la cantidad antes que por la calidad, por la estadística antes que por la cifra. Me explicó.
En ningún momento me he referido a cómo hago para leer 'tantos libros', sino a cómo hago para leer tanto, que es algo completamente distinto. Al placer en sí mismo que la lectura me produce, no a la cantidad de libros que leo cada mes o en un año para decirlo más claro, algo de lo que, por cierto, no tengo ni idea.
Tengo una colección de ediciones de Guerra y paz que suman en total 19, tres de ellas en otros idiomas (inglés, francés y portugués). De ellas he leído, en casi 50 años de lectura, siete. Rebelión en la granja la he leído, con certeza, seis. Y hubo una larga época de mi vida en que cada año que iniciaba, lo hacía releyendo La ciudad y los perros, pero digamos que la habré leído unas cinco veces. La montaña mágica la leí dos veces (ahora mismo estoy por iniciar la tercera). Cuatro obras, veinte lecturas. ¿Cuántos libros he leído realmente?
Cualquier persona que relee (y somos legión los que lo hacemos) sabe bastante bien que releer un libro es leer uno nuevo. Nunca leemos el mismo libro por la sencilla razón de que quien lo hace tampoco es la misma persona. Y no me refiero a que uno a los 15 años no es el mismo a los veinte o a los treinta. No. Me refiero a que uno no es el mismo lector.
La primera vez que leí Guerra y paz, a instancias de mi profesora de Literatura en el colegio, tenía 15 años y no tuvo el impacto en mí que sí lo tuvieron, por ejemplo, las novelas de Dostoievski o las de Walter Scott que ya había leído. Frisando los 17 volví a leerla cuando descubrí que había leído una edición mutilada, pese a que en su contratapa decía que se trataba de una "edición íntegra". Le faltaban los capítulos finales en los que Tolstói hace largas disquisiciones sobre la guerra y la historia y que los editores más desaprensivos suelen obviar sin ningún escrúpulo, creyendo que le hacen un favor al lector. En fin.
Esa segunda lectura fue reveladora, me descubrió un libro completamente distinto y reparé en detalles en los que antes no había reparado o prestado la debida atención. Es lo que sucede en cada nueva lectura del mismo libro: no leemos una historia que ya conocemos y que ya sabemos cuál es su final, releemos porque descubrimos en cada nueva lectura un libro distinto. En eso consiste el encanto de releer.
Desde este prisma, no entiendo la obsesión de ciertos influencers cuando repiten que les «gustaría volver a nacer para leer de nuevo este libro». ¿Volver a nacer? ¿Para qué? Cada vez que me acerco a las páginas de El mundo como voluntad y representación me embarga una felicidad semejante a la de encontrarse con un viejo amigo, a la de revivir las horas de felicidad que significaron su lectura. No me interesa volver a sentirlas por primera vez, sino volver a vivir lo vivido. Además, como en el amor, las primeras veces, como saben, suelen ser dolorosas, frustrantes y en ocasiones decepcionantes. Con los libros no es muy distinto.
A propósito de influencers, tan obsesionados con la cantidad de libros que leen cada mes, otra tontería en la que incurren todos es en la de recomendar «diez libros que puedes leer en un par de horas». ¿Un par de horas? Yo todavía recuerdo la frustración tremenda que me produjo acabar con la última página de La guerra del fin del mundo. No quería que acabara nunca ese libro, deseaba que su lectura fuera infinita. Mientras que para algunos terminar un libro es un check en una lista, para otros es una herida en el corazón.
Además, muchos de esos libros 'breves' que recomiendan a mí me ha tomado demasiadas horas. La vez que leí 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff, me tomó toda una mañana en que no hice nada más que, a medida que avanzaba en sus páginas, consultar enciclopedias, diccionarios y hasta la Wikipedia tratando de conocer los libros y autores que menciona. Cualquiera que haya leído ese libro sabe a lo que me refiero.
Y más recientemente, cuando leí Geografía de la oscuridad, de Katya Adaui, entré en bucle: terminaba un cuento y lo volvía a leer, y volvía otra vez y otra y otra. Qué difícil me resultó soltar ese libro. Es el magnetismo de la relectura. La calidad por encima de la cantidad.
En Crónica de una muerte anunciada, por ejemplo, el lector sabe desde la primera oración el trágico final del protagonista. ¿Qué es lo que hace que el lector persista en la lectura de una historia de la cual ya conoce el final? Pues el arte narrativo del autor, la magia de las palabras con las que te lleva, de las narices, de la primera a la última página. Es un tipo de hechizo, de encantamiento al que nos sometemos consciente y gratamente cada vez que abrimos sus páginas, casi el mismo placer que nos producen esos amores tóxicos que sabemos que no nos convienen, pero igual persistimos con él. ¿Por qué? Pues, porque nos gusta ¿no? No nos podemos sustraer a él.
Al inicio me referí a la obsesión materialista de esta generación por la cantidad. No es una alusión gratuita. Al respecto, hay un texto de Tony Judt que a mí me gusta citar siempre:
«Hay algo profundamente erróneo en la forma en que vivimos hoy. [...] Sabemos qué cuestan las cosas, pero no tenemos idea de lo que valen».
Es una crítica que expresa bastante bien cómo ésta obsesión materialista ha deformado nuestra sociedad en todos los aspectos de ella; ha invertido sus valores y convertido lo ilegítimo en legal, lo arbitrario en justo y el abuso en la norma, además de lo peor de todo: la mentira en verdad.
O algo mucho peor todavía: hacerle creer a tantos que una abultada y pormenorizada cantidad de los libros que lee lo convierte en mejor lector.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Gracias por existir. Comparto cada palabra que dices. Yo tampoco entiendo ese afán de algunos de mostrar cuántos libros pueden leer en menos tiempo, como si se tratara de una competición. Los libros son para disfrutarlos, si no, ¿para qué leemos? ¿Qué sentido tiene si no nace del placer y del disfrute?
Vivimos en una sociedad que valora más la rapidez con que haces las cosas que la calidad de como las haces. Realmente es una lástima