La historia, como la recuerdo, es más o menos así.
Por aquella época, los contenidos digitales del diario El País, incluidos sus suplementos y revistas, eran totalmente de acceso gratuito, incluido su valiosísimo archivo de ediciones impresas pasadas. Si mal no recuerdo, su cuota de lectores era de poco más de medio millón diarios. Yo entre ellos. Y así fue durante varios años.
De pronto, un día de octubre o noviembre el diario anunció que a partir del 1 de enero del próximo año el acceso a ciertos contenidos, especialmente el archivo y la información categorizada como 'informes especiales', era bajo suscripción, poco más de 80 euros anuales. Como supondrán, el diario donde trabajaba decidió comprar 20 licencias que las repartió a los jefes (!), así que le pedí a mi jefa que solicitará una de ellas para el Archivo, que era la sección donde trabajaba. Increíblemente, los mandamases se la negaron aduciendo que no la necesitábamos y que el Archivo (el Centro de Documentación del diario) tenía suficiente material donde documentarse. Me reí y me senté a esperar.
Poco más de dos o tres meses después el diario decidió adquirir una licencia corporativa que, como saben, les da acceso a todos los trabajadores de una empresa por medio del IP de esta.
Lo que no he contado es lo que sucedió ese 1 de enero del año en que El País empezó a cobrar por acceder a sus contenidos: sufrió una caída estrepitosa. Del más del medio millón de lectores diarios que tenía solo se suscribieron unos 70 u 80 mil lectores. Les costó tiempo a unos y a otros entender que las necesidades de información, que tenemos todos, pasan necesariamente por pagar una suscripción (actualmente pago una, entre otras a diarios y revistas que siempre consideré dinero bien gastado). De todo esto hace ya más de veinte años, ¿Por qué se los cuento? La respuesta es muy sencilla.
El periodismo (el buen periodismo, se entiende, porque el periodismo de alcantarilla siempre encontrará en las miserias personales de unos y los pleitos de cama de otros, el dinero con que financiar su basura), el periodismo, decía, requiere de dinero para poder seguir trabajando, para poder seguir informando. Más aún: para poder informar con independencia, sin tener que hacerlo pensando en los favores que devolver. Y el dinero proviene, generalmente, de la publicidad. Una publicidad que hoy casi ni mira a la prensa escrita, que ha llevado su cuota de mercado al ecosistema digital. Y ahí la pelea ahí es bien reñida. Es el lector el que decide qué leer y qué pagar por leer. Esta es una de las muchas (tal vez la principal) de las razones por las que cada día desaparecen más diarios, páginas o sitios alternativos de información (hace poco comentaba que NoticiasSER —donde tuve el privilegio de trabajar— tuvo que cerrar por falta de financiamiento).
El otro problema —no quisiera dejar de mencionarlo— radica en que los medios que no se avienen a la payasada, a los videos de gatitos —o perritos— o a mostrar generosamente anatomías ajenas, también están condenados al fracaso. Al fracaso comercial se entiende.
Sin ir muy lejos, ¿se han percatado, por ejemplo, las pocas cortesías (casi ninguna) que recibimos de las editoriales peruanas? ¿Qué son más las editoriales extranjeras las que colaboran con este sitio? Pues ya saben por qué: como me formé en la prensa escrita, se me hace cuesta arriba grabar un video y decir que este o aquel libro “me voló la cabeza” o que “me gustaría volver a nacer para leer este libro por primera vez” (¡qué cursi!), o hacer payasadas estilo mimo que alguien hace bien y todos los demás repiten sin gusto ni gracia. En fin. (Por cierto, el fondo editorial de la universidad donde estudié, tengo amigos y colegas y conozco a todos los jefes editoriales que han pasado por su dirección, jamás me ha enviado un libro de cortesía en todos los años que me dedico a esto, ni uno solo, de todo los que han publicado. Son los autores —contados con los dedos de una mano— los que lo han hecho. Para la universidad donde estudié, simplemente no existo. Como dije, en fin).
¿Por qué les cuento todo esto? Pues porque hoy, un #hilo en TW que pensé compartir hace tiempo, lo hice exclusivamente para los suscriptores de pago de este boletín (con quienes tengo una obligación). Inmediatamente, en las tres horas que lleva de publicado hemos perdido 16 suscriptores gratuitos (al momento de publicar esto, compruebo que las deserciones continúan), una cifra que en el conjunto global de estos resulta significativa. Asimismo, ¡albricias!, gané un suscriptor de pago.
Las suscripciones de pago a nuestros contenidos, en parte o a todo lo que publicamos, es la manera que hemos encontrado los periodistas independientes (o desempleados) de poner un plato en la mesa, pagar los recibos de luz y, con algo de suerte, comprar un libro a fin de mes. Y a no tener, como dice el dicho, que mirarle la cara a nadie y criticar lo que haya que criticar, alabar lo que haya que alabar y decir sin ningún problema cuando un libro es francamente malo (como aquí) y no estar obligado a decir lo contrario.
Espero que entiendan las razones para dar estas explicaciones, porque algunos contenidos son exclusivos para los que creen que vale la pena pagar por ellos. Después de todo, siempre será el lector el que decida, ¿no?
Nos vemos mañana con las recomendaciones para el fin de semana, la reseña de Blancura, de Jon Fosse, y esperemos que algo más. Y eso sí es de acceso libre (todas las recomendaciones de fin de semana y la de los libros que recibimos de cortesía son siempre de acceso libre).
¡Qué tengan buenas lecturas!
Yo he visto algunas gráficas de suscripciones y tengo mi hipótesis. Creo que debido al algoritmo de recomendación (que funciona generalmente bien) de Substack, a menudo gente se te suscribe de rebote al suscribirse a otra Newsletter afín a la tuya. Ese proceso o pantalla puede ser saltado por el usuario, en el que incluso puede deseleccionar algunas Newsletters de la lista, pero solo dispone del título para saber si le interesan o no. Lo que sucede entonces es que en el primer envío que reciben se dan cuenta de si acertaron o no. Cada vez que se hace un envío debe esperarse cierta purga de lectores.
" Inmediatamente, en las tres horas que lleva de publicado hemos perdido 16 suscriptores gratuitos (al momento de publicar esto, compruebo que las deserciones continúan)...".
Vivo fenômeno semelhante por aqui, Jorge.