¿Cómo hacer para leer muchos libros? (Primera parte) (#117)
¿Son los audiolibros la solución para ‘leer’ más?
«En el caso de los buenos libros, la cuestión no es ver cuántos de ellos puedes leer, sino cuántos puedes entender». Mortimer J. Adler
Tres preguntas, respecto a los libros que leo y desde que tengo memoria, suelen hacerme todos invariablemente, conocidos y no conocidos: ¿Los has leído todos?, ¿lee ebooks? y la que nunca falta: ¿cómo hago para leer tanto? De un modo u otro respondí a cada una aquí, pero como siguen haciéndomelas y me piden una respuesta concreta, siento que estoy en la obligación de responder de un modo más claro, pero no sin antes aclarar unas ideas.
Primero, es muy cierto que la tercera pregunta apunta más a una cuestión de método que a una de motivación, que es por donde fue la respuesta. Si la respondí así fue porque, sinceramente, no creo que el método que le sirve a uno para leer más o mejor sea transferible a otro. Y no lo es porque, aunque suene a una verdad de Perogrullo, hay una serie de condicionantes que así lo determinan (disposición a leer, acceso a lo que se quiere leer, oportunidad para hacerlo, etc.) que varían de un lector a otro. Por otro lado, hay distintos tipos de lectura.
Está la que se hace por puro placer (la novela del momento, por ejemplo, como la que yo estoy leyendo mientras escribo esto), las que responden a una actividad laboral (como la mía, que tengo que leer libros que reseñar —reseñas que me pagan las publicaciones donde colaboro—, tesis o libros que corregir o editar, etc.), y la que se hace por obligación (con placer, pero por obligación) como es el caso de la lectura académica que te obliga, si estas escribiendo o por escribir un artículo científico o el capítulo de una tesis, a revisar una amplísima bibliografía. Desde este punto de vista, la cantidad de libros que leas es directamente proporcional a tu capacidad o disposición para el placer, tu grado de responsabilidad con el trabajo o el compromiso que tienes con tus propios proyectos. En todo caso, me acotan siempre, debe haber reglas generales que ayuden a otros a mejorar su sistema de lectura, y sí, las hay. Trataré de esbozarlas aquí. Eso, por un lado.
Por otro, hay quienes creen que los audiolibros constituyen la solución ideal, en el mundo moderno y siempre apresurado que nos ha tocado vivir, para ampliar nuestros horizontes de lecturas, reducir la altura de esas torres malditas que son la de los libros pendientes de leer en nuestras mesas de noche o simplemente para cumplir una cuota de libros por leer que a un despistado influencer se le ocurrió sugerir o establecer como meta (volveré sobre esto más adelante). Sinceramente, no creo que sea así.
Por supuesto, hablo a título personal y como lector, en modo alguno como especialista (ya que no soy especialista ni nada que se le asemeje). Pero si algo me ha enseñado casi medio siglo de lecturas a cuestas es que ‘leer un libro’ es muy distinto a ‘escucharlo’. Son muchas las diferencias que podría señalar uno de otro, pero aquí me detendré en las más obvias.
Un audio libro te informa del contenido de un libro, pero no te transmite la experiencia misma de la lectura, de su escritura. ¿Cómo sería, por ejemplo, escuchar alguna de las ocho larguísimas frases sin puntos ni comas que constituyen el monólogo interior de Molly en el capítulo 18 del Ulises? ¿Cómo se escucharían, digo yo, las descripciones de las ilustraciones del libro Las Nueve Puertas de El club Dumas que resultan esenciales para el desarrollo de la trama? Desde este punto de vista, queda claro, al menos para mí, que si necesitara alguna vez recurrir a un audiolibro sería para una obra de no ficción, dejando en el terreno del libro impreso o electrónico el disfrute de una obra literaria sea del género que fuese. Además, en estos, cuando nos encontramos con un pasaje especialmente difícil o importante, podemos volver páginas atrás, algo que no podemos hacer con tanta facilidad en un audiolibro (no se diga ya, subrayarlo o marcarlo).
Esto de los audiolibros, del auge que están teniendo con aquello de “Lea 30 libros en un mes” con esta o aquella aplicación, se debe en parte a esa absurda obsesión de los influencer que proliferan en las redes sociales con la cantidad de libros que leen cada mes (a una de estas, una venerable señora de nacionalidad mexicana, le oí decir que leía ¡8 libros a la vez!) o el número de páginas que tiene un libro, como si se tratara de una ridícula competencia (para decirlo del modo más amable) en la que la cantidad ha reemplazado a la calidad como objetivo. Si algo me han enseñado los libros, precisamente, es que una La montaña mágica vale por cien de cualquiera de los mismos libros de siempre que recomiendan (destripan, sería mejor decir) estos personajes. Así de simple.
Este boletín resultó demasiado largo, así que mis recomendaciones para leer más (ahora sí) se las comparto en el boletín de mañana.
¡Qué tengan buenas lecturas!