El mejor y el peor de los tiempos (#198)
Gustavo Gorriti: El mejor y el peor de los tiempos. Ensayos sobre el oficio periodístico (Lima: Planeta, 2024, 156 págs.).
Como muchos colegas con décadas de oficio a cuestas, he visto cómo el periodismo ha evolucionado a veces y otras simplemente cambiado mocos por babas. La irrupción de lo digital en la profesión ha sido, con seguridad, el más significativo de los cambios, el que más ha contribuido a replantearnos toda la industria periodística de un modo como pocas veces ha sucedido con otras a lo largo de la historia. Y en todo ese tiempo, esa atenta mirada al oficio siempre se ha detenido en algunos aspectos o formas de ella. Por ejemplo, en el llamado periodismo de investigación.
La primera vez que llegué a una sala de redacción, que traté con periodistas de carne y hueso y que se ensuciaban los zapatos en el mismo lugar de los acontecimientos, el periodismo de investigación (o la sección que así se hacía llamar) estaba en pañales: investigaba, por citar ‘un caso’, los grifos clandestinos de kerosene en Lima o el Callao. O, ante el reclamo de vecinos que exigían que el periodismo interviniera, si era cierto que en los circos de Lima se alimentaba a las fieras con las mascotas de un distrito en el que éstas extrañamente empezaban a desaparecer. Podían ser, sí, cuestiones cruciales para un vecino, pero en modo alguno afectaban al destino del país. Cuando la política empezó a empantanarse, a enriquecer grosera y escandalosamente a quienes llegaban al poder con la aureola de hombres del pueblo y una cuenta bancaria irrisoria, cuando empezó a tratar con menos condescendencia y sumisión a los políticos y autoridades de turno, el periodismo de investigación (el periodismo en sí mismo) empezó a calzarse pantalones largos. La era de los muckrakers había llegado al Perú.
Sí, ya sé que antes de que toda esta mugre que inunda las páginas de nuestros diarios y las pantallas de televisión nos copara, ya existían periodistas de investigación desde mucho antes, sí. Pero precisamente eran eso, periodistas y no un periodismo de investigación en toda regla. Con la llegada de la democracia y los políticos y sus aliados ávidos de aprovecharse de ella, de exprimirla hasta dejarla exangüe, el periodismo de investigación dio un giro de 180 grados y dejó de dedicarse a identificar puntos de venta clandestina de combustible y de buscar mascotas perdidas.
Y es aquí, en esta parte de la historia, donde, precisamente, viene a calzar como anillo al dedo el libro de Gustavo Gorriti: El mejor y el peor de los tiempos. Ensayos sobre el oficio periodístico. No encuentro mejor manera de recomendar este libro, de impeler a su lectura, que diciendo que si de verdad quiere entender de qué va el periodismo de investigación, qué es lo que realmente persigue, conocer la historia de sus avatares entre nosotros, tiene que leerlo ya mismo.
Se trata de un libro breve, sencillo y nada pretencioso, especialmente esto último; y con esto me refiero a que sin pretender ser un manual de periodismo o cosa que se le parezca, explica mejor que cualquier manual o tratado en qué consiste esta especialidad periodística, las trabas que se les pone, los enemigos que gana, qué es lo que se investiga o debería investigar, las preguntas que hay que hacer, todo esto cuando se investiga el poder, el aprovechamiento lujuriosos de esté para enriquecerse o el abuso desmedido e impune de él cuando se ejerce sin cortapisa alguna. Desde este punto de vista, más que un libro útil es una herramienta inestimable para desasnar a quienes creen que los periodistas de investigación son complotadores internacionales, cero ceros sietes con carné de periodista o alguien tan ansioso de poder como a los que investiga.
Tal vez la mejor razón para leer El mejor y el peor de los tiempos es que se trata de un libro, además, tan ameno como lleno de erudición periodística, algo que no debería extrañar a nadie habida cuenta que lo firma quien tiene décadas de ejercicio periodístico, pero sobre todo de toneladas de lecturas. El capítulo que dedica a Dickens, por ejemplo, es una sabia muestra de cómo o porqué están hermanados desde siempre la literatura y el periodismo y cómo esta sólida unión puede todavía salvar un oficio al que algunos ya le han cavado una tumba, pero que todavía tiene mucho, pero mucho que ofrecer, hacer y denunciar. Este libro es la prueba palpable de ello.
¡Qué tengan buenas lecturas!
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