Mis 18 clásicos favoritos en lengua alemana (#127)
Dieciocho obras que son apenas una muestra muy pequeña de una de las literaturas más vigorosas e importantes de la cultura occidental.
Al igual que hicimos con obras representativas de la literatura francesa y novelas de la literatura inglesa, hoy toca referirme a mis 18 clásicos favoritos en lengua alemana. Obvia decir, como se indica, que son mis obras favoritas, que faltan muchos títulos y autores, pero como siempre digo no se pueden hacer listas interminables de 50 o 100 títulos que poco ayudan a seleccionar qué leer este fin de semana.
1. Fausto (1832), Johann Wolfgang von Goethe. La historia del sabio doctor Fausto, la de su deseo de conseguir en el otoño de su vida lo que en su juventud desperdició o no supo apreciar es la historia, la metáfora perfecta de que aquello que más deseamos es lo más inasible de todo. Y que pagar el precio más alto, como sellar un pacto con el diablo a cambio de su alma para conseguirlo, no asegura ni la felicidad ni la tranquilidad de lo obtenido. Es una historia que encierra tantos simbolismos e interpretaciones que ha sido retomada por escritores de distintas épocas y estilos en las que el objeto imposible no siempre ha sido el amor. El Fausto de Thomas Mann, por ejemplo, el músico Adrian Leverkühn, lo que desea es la obra musical, la ópera perfecta sin importar lo que se esté dispuesto a entregar a cambio de ella, lo que le sirvió a Mann para elaborar una metáfora de la Alemania que entregó su alma al nazismo después de los fracasos de Versalles y Weimar. Desde este punto de vista, Goethe, que se basó en una leyenda medieval para elaborarla, no solo consiguió una obra de profundas connotaciones filosóficas y sicológicas, sino también la que mejor entraña la eterna lucha entre el bien y el mal. Fausto es, después de la Biblia de Lutero, la obra más importante en lengua alemana que se haya escrito.
2. Los Buddenbrook (1901), Thomas Mann. Lo primero que sorprende de esta extraordinaria novela es que se trata de la ópera prima de su autor, y que a pesar de ello alcanza todas las formalidades, requisitos y características de lo que solemos llamar una obra maestra. Aunque muchos consideran a La montaña mágica la novela más importante del escritor alemán, esta no se queda a la zaga por su vitalidad, virtuosismo y casi perfección que encierran sus páginas. La historia de la decadencia de una familia de burgueses acomodados a lo largo de cuatro generaciones es la analogía perfecta del deterioro y ocaso de un mundo que terminó de desaparecer tras el fin de la Primera Guerra Mundial. En ese sentido, la novela de Mann no solo resulta reveladora y anunciadora de ese ocaso, sino que además nos permite conocerlo de un modo íntimo y familiar (como saben todos los que conocen esta novela, la ciudad de Lübeck y su propia familia sirvieron de inspiración al escritor para escribirla). Así, este no es solo el relato de una saga familiar, sino también el retrato de una época y una sociedad, y el de la propia naturaleza humana, como no se ha escrito jamás. Novela densa y compleja, su extensión puede desanimar a muchos, pero el magistral primer capítulo, donde lo anuncia todo, es la mejor invitación a leerla.
3. La montaña mágica (1924), Thomas Mann. ¿Qué se puede decir de La montaña mágica que no se haya dicho ya? Junto con el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido de Proust y El proceso de Kafka, una de las cuatro novelas más importantes del siglo XX, novelas que transformaron la literatura de ese siglo. Lo que encierran las casi mil páginas de esta monumental y bellísima novela, donde el tiempo es el verdadero protagonista, es la vida misma, el sentido de esta y cómo la muerte, que es parte de ella, está de un modo permanentemente presente, planeando a lo largo de sus páginas sin que por ello nos inspire temor o lástima, sino siempre una reflexión sobre ella. La estancia de tres semanas del protagonista en un sanatorio para tuberculosos que se convierten finalmente en una de siete años es la alegoría inmejorable que el autor encuentra para documentar, a través de sus personajes (perfectamente delineados) el fin de un mundo, la agonía o canto del cisne de una época que sucumbirá en las trincheras de la Gran Guerra. En ese sentido, la perfección que Mann logra para describirnos ese mundo, los valores y mentalidad que sucumbirán en Verdún o el Somme, resultan en las animadas polémicas de Naphta y Settembrini, en los detalles aparentemente nimios, pero profundamente significativos como los de la hora de la comida, los modales o la ausencia de estos o los encuentros amorosos, todos ellos rubricados en unas frases imborrables que constituyen el verdadero legado de esta obra. Novela de aprendizaje, novela filosófica, épica moderna, sea cual sea la etiqueta que le colguemos, La montaña mágica es una obra tan extraordinaria que no se puede decir que uno ha sido transformado o tocado por la literatura sino ha fatigado sus inolvidables páginas.
4. El proceso (1925), Franz Kafka. Todo lo que escribió Kafka (incluso aquellas obras que dejó inconclusas) rayan en lo magistral. Y El proceso es la más compleja y perfecta de todas. La historia, no por harta conocida deja de ser enigmática y misteriosa, una auténtica pesadilla: el protagonista K. despierta un día acusado de un crimen que sabe que no ha cometido y que nunca se le revela cuál es, de qué se le acusa. Es el inicio de una pesadilla, de su proceso judicial, interminable y laberíntico que incluye jueces que no ve nunca y leyes que no alcanza a comprender, pero que serán el instrumento para encontrarse a sí mismo. Es la novela que mejor define lo que hemos dado en llamar lo 'kafkiano', y por lo mismo las interpretaciones, alegorías, simbolismos y analogías que suscita nunca cesarán.
5. Sin novedad en el frente (1929), Erich Maria Remarque. La obra antibelicista por excelencia, tanto así que llegó a ser odiada por los nazis que quemaron miles de ejemplares de ella en actos públicos. La novela es un rotundo alegato contra la guerra como se han escrito pocos. Desde su publicación, muchas generaciones, a lo largo y ancho del mundo, han bebido de sus ideales que no son otros que el rechazo a todas las mentiras y embustes que se tejen alrededor del patriotismo, la guerra y la vida militar. El mensaje que entrañan sus páginas es uno solo: la guerra es nauseabunda, inmoral y embrutecedora. Sobre todo, esto último.
6. Berlin Alexanderplatz (1929), Alfred Döblin. Una novela tanto o más difícil de leer que el "Ulises" de Joyce, una que rompe con todos los convencionalismos hasta ese momento existentes y en boga sobre la novela y las técnicas para escribirla. Que se edifica sobre una serie de elementos y materiales tan diversos y provenientes tanto de la literatura como del cine que la convierten en una de las primeras novelas auténticamente moderna. Además, es una obra que aparece cuando las llamadas 'novelas de aprendizaje' están en pleno auge y esta, con un Berlín tanto o más protagonista que el antihéroe de ella, dista mucho de serlo, aunque se sumerja en el abismo económico y social al que el fracaso de la República de Weimar empuja. Aunque escribió muchas otras novelas igual de importantes, la complejidad, experimentación y hondura de Berlin Alexanderplatz ha terminado opacando a todas ellas.
7. Narciso y Goldmundo (1930), Hermann Hesse. Demian, Siddhartha, El lobo estepario, El juego de los abalorios. Hesse es autor, tal vez, del conjunto de novelas más complejas y a la vez más sencillas del siglo XX. Y con sencillas me refiero a que el misticismo, los conflictos interiores, la búsqueda de uno mismo, el valor de la renuncia en aras de un destino mejor que el mundo material son fácilmente identificables por el lector porque el mensaje intrínseco de todas ellas, de cada uno de estos temas, son el de nuestras propias angustias y preguntas. En Narciso y Goldmundo, su obra más lograda en ese sentido es la más profunda exploración del ser humano interior y de la lucha de este entre lo sensual y lo contemplativo, entre la carne y el espíritu, entre lo racional y lo emotivo. El contrapunto que ofrecen estas páginas son las mejores de un Hesse insuperable.
8. El hombre sin atributos (1930), Robert Musil. Esta obra tiene el mejor comienzo de una novela que haya alguna vez leído, en buena cuenta un indicio del carácter tragicómico que quien se adentre en sus inabarcables páginas encontrará. Se trata de una de las cumbres de la narrativa del siglo XX y con seguridad una de las novelas más complejas, extensas (extensa habiendo quedado inconclusa) y ambiciosas de las escritas en lengua alemana. Es como La marcha Radetzki o Los Buddenbrook una alegoría sobre el fin de una sociedad, un mundo que desapareció tras la Gran Guerra y en la que los conflictos personales, los vicios y cualidades de sus protagonistas (los 'atributos' o la falta de ellos del título) son el trasunto de una sociedad en pleno ocaso.
9. Auto de fe (1935), Elias Canetti. Una obra que a mí me gusta mucho por la advertencia que hace sobre los peligros que entraña la torre de marfil de los intelectuales ajenos a la realidad. Canetti, uno de los pensadores y escritores que más ha hecho pensar a sus lectores, con esta obra logra que nos cuestionemos cuál es el verdadero sentido, la responsabilidad del conocimiento.
10. Vida de Galileo/Teatro completo (1938), Bertolt Brecht. El teatro atravesó por una profunda transformación en el siglo XX, en sus temas, técnicas y recursos, de modo que dejó de ser un simple espectáculo, un simple entretenimiento para convertirse en una herramienta de cuestionamiento y transformación social. La obra de Bertolt Brecht fue la que mejor encarnó esa idea de herramienta de cambio y transformación y esta obra, la que mejor la representa esa lucha contra el poder establecido, el autoritarismo ciego y enemigo del conocimiento y, esencialmente, contra el propio destino de uno mismo.
11. Novelas (2012), Stefan Zweig. Una circunstancia fortuita (el tiempo límite que la ley establece para que los derechos sobre una obra pasen al dominio público) ha hecho que a Zweig se lo publique profusamente recientemente dando pie a la confusión, al error de creer que se trata de un redescubrimiento, de un autor que ha ganado popularidad en los últimos tiempos. Nada más falso o equivocado. A Zweig se le ha leído mucho desde siempre, su popularidad no es de ahora. Ya en vida era un autor aclamado y reconocido, y sus obras, traducidas a muchos idiomas, se vendían masivamente. Y como no iba a suceder esto si se trata de un autor dueño de un estilo muy personal, de una prosa que parece la más sencilla de todas, pero es la más difícil de lograr por ese ajustado y preciso uso de palabras al expresar una idea, un sentimiento o describir una situación. Las obras reunidas en este volumen por Acantilado son las más características y representativas de su personalísimo estilo (Ardiente secreto, Carta de una desconocida, Los ojos del hermano eterno, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, El candelabro enterrado, La impaciencia del corazón, Novela de ajedrez, La embriaguez de la metamorfosis, Miedo, Confusión de sentimientos y Clarissa), obras en las que la profundidad psicológica son su mayor y más logrado atractivo.
12. La muerte de Virgilio (1945), Hermann Broch. En algún lado, no recuerdo en dónde, Vargas Llosa cuenta las veces que intentó leer La muerte de Virgilio, las veces en que ésta lo venció, que aprendió el alemán sólo para poder leerlo en su idioma original y poder con él. Esta simple anécdota da la medida de su importancia y de la complejidad que entrañan las páginas de una de las obras más bellas del siglo XX, una honda y hermosa reflexión sobre el valor y sentido del arte. Y esto, es apenas una de las muchas interpretaciones, entre literarias, filosóficas y políticas que una obra de la magnitud de esta provoca: la alegoría de un Virgilio, anciano y enfermo, refugiado del poder que quiere destruir su obra maestra, mientras el mismo poder que lo cobija desea que esta le sobreviva. Una maravilla.
13. No soy Stiller (1954), Max Frisch. El mejor análisis que conozco de esta obra (y que precisamente me llevó a leerla) es el que le dedica Vargas Llosa en La verdad de las mentiras y que el título de este resume tanto la obra como ese análisis: ¿Es posible ser suizo? Una obra que aborda estupendamente los problemas de identidad y el peso de la historia.
14. El tambor de hojalata (1959), Günter Grass. Uno de los libros más importantes de la literatura alemana moderna y, con toda seguridad, del siglo XX. La historia de Oscar Matzerath, que a los tres años renuncia a crecer, convirtiéndose así en un enano enojado con el mundo, al que observa de un modo implacable y sarcástico, es una de las historias más zahirientes e implacables que se hayan escrito sobre la historia contemporánea. Lo mejor de todo: es una novela llena de interrogantes que el lector debe responder él mismo para entender la historia que Oscar nos cuenta desde un manicomio. Una obra maestra de la primera a la última página.
15. Opiniones de un payaso (1963), Heinrich Böll. Otra mirada descarnada y penetrante sobre la historia alemana de la posguerra. Y no solo la historia, pues las ‘opiniones’ de este payaso al que se le ha negado la felicidad, son también sobre la política, la sociedad, la religión, especialmente esta última que le granjeó tantos críticos como enemigos. Y admiradores, claro. Opiniones de un payaso no es la más compleja (Billar a las nueve y media) ni la más dramática (El honor perdido de Katharina Blum) de sus novelas, o la más perfecta (El tren llegó puntual), por lo que cualquiera de ellas hubiera podido figurar aquí. Solo es la primera novela que leí de Böll, uno de los momentos memorables que recuerdo como lector.
16. El miedo del portero al penalty (1970), Peter Handke. Una de las mejores novelas cortas de todos los tiempos y, definitivamente, la mejor de su autor. En poco más de 70 páginas, con una prosa sencilla y contundente, condensa problemas personales, existenciales, históricos y sociales con auténtica maestría. Handke recibió el Premio Nobel de Literatura en 2019.
17. La pianista (1983), Elfriede Jelinek. Se trata de una obra que cobró popularidad gracias a la versión cinematográfica que se hizo de ella en 2001 (y que, si mal no recuerdo, respetaba bastante el espíritu del libro), oportunidad que le descubrió al mundo una autora y una obra extraordinarias que tres años después recibiría el Nobel de Literatura. El contrapunto entre la madre dominante y una hija brillante y sometida y que intenta rebelarse contra la primera es de los mejores que se pueden leer en la literatura moderna.
18. El hombre es un gran faisán en el mundo (1986), Herta Müller. Hasta cuando se le concedió el Premio Nobel de Literatura en 2009, no había leído a Herta Müller. Apenas obtuvo el galardón busque títulos de ella, pero o no había o estaban agotados. Con mucha suerte pude conseguir, precisamente, este título, el único que he leído de ella, y pude comprobar que lo que la Academia sueca había expresado para concedérselo, era completamente acertado: por «la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, para describir el paisaje de los desposeídos». Como dije, no he vuelto a leer nada de ella, no por falta de oportunidad, sino porque la historia de Windisch y su familia y su deseo frustrado de emigrar de Rumania en búsqueda de la libertad es una de esas tragedias breves y sencillas que te marcan para siempre. Imperecederamente.
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