La genealogía de libros sobre el descubrimiento y conquista de América es larga, centenaria y diversa. Va desde las clásicas crónicas de Indias hasta libros de Historia que hoy son verdaderos referentes de la historiografía de este continente e incluso mundial, además de novelas históricas que están entre las mejores del género en nuestro idioma. Solo por mencionar tres muy famosas habría que mencionar a El camino de El Dorado (1947) de Arturo Uslar Pietri sobre la fracasada expedición de Lope de Aguirre en busca de aquel mítico lugar; Los perros del Paraíso (1983) del argentino Abel Posse, premio Rómulo Gallegos de 1987; y la maravillosa trilogía de William Ospina compuesta por Ursúa (2005), El país de la canela (2008) y La serpiente sin ojos (2012), que fue muy recibida por público y crítica. No sin cierta aprensión me atrevo a decir que a esa extensa bibliografía habría que sumar ahora Tierra de canes (Alfaguara) de Carlos Enrique Freyre.
Aprensión no porque dude de mi estimación, sino porque a algunos le parecerá exagerado su inclusión en esa selecta lista de títulos. Pero hay que leer Tierra de canes para salir convencido de lo que escribo. Su autor no es un autor novel en los relatos de guerra. Anteriormente ha publicado Desde el valle de las esmeraldas (2011) y La guerra que hicieron para mí (2018), libros que, si bien tienen su mérito, el mayor de ellos es que prepararon, allanaron el camino para este magnífico libro que hoy nos entrega el autor y que es la prueba mayor de su madurez como escritor abandonando la cómoda posición del terreno conocido para incursionar en uno muy distinto al de su experiencia como soldado. Freyre ha lanzado los dados en una riesgosa apuesta que ha ganado holgadamente.
La primera vez que leí (revisé en realidad) Tierra de canes quedé encantado con su lectura y convencido de que, si bien se trataba de una novela, al abrirla en cualquier parte de ella y yendo hacia adelante o hacia atrás, cualquiera de sus páginas, de sus capítulos se podía leer independientemente como uno de los muchos relatos de horror, violencia y muerte que significó la conquista de América. Ya con tiempo suficiente para leerla como dios manda, sigo creyendo lo mismo, pero el convencimiento que me queda de esa lectura más sosegada es de que este tal vez sea el mejor libro que ha escrito su autor. Como dije, el fruto maduro de su carrera de escritor.
El autor demuestra en él su destreza en el uso del lenguaje de la época; y con esto me refiero, entre muchas cosas, a que no abruma al lector con arcaísmos innecesarios como en el que incurren algunos autores deseosos de demostrar que han hecho su tarea de documentación. A una historia bien contada en la que el desafío que significan los reveses de ésta los sabe sortear con ingenio e imaginación convincentes, de tal modo que te lleva de las narices de la primera a la última página. Y es de envidiar algunas frases que logra que merecen esculpirlas, más allá de subrayarlas. Y no digo más para no estropearles la lectura, salvo esta indicación expresa: ¡qué esperan para leerla!
¡Qué tengan buenas lecturas!
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