Sobre la importancia y valor de las bibliotecas públicas (#253)
En muchas oportunidades me ha pasado que luego de comentar entusiastamente alguna novedad editorial o la publicación de una traducción largamente esperada, no falte quien, del modo más desaprensivo y despreocupado, pregunte en dónde puede ‘bajarla’. O sea, leerla gratis. Pues, lo cierto es que la única manera que conozco de leer libros gratis es en una biblioteca pública, especialmente las municipales. Por eso, siempre defiendo su valor y utilidad para cualquier sociedad y protesto airadamente cuando se cierra una por falta de presupuesto o para ser utilizados sus ambientes por otras dependencias administrativas (como el cobro de impuestos, por ejemplo).
Mucho antes de formar mi propia biblioteca, cuando era un escolar de primaria, leí bastante en la biblioteca municipal de Barranco, que recuerdo estaba muy bien surtida de literatura peruana. Los primeros Alegrías, Arguedas y Vargas Llosa que leí en mi vida fue en su sala de lectura que un alcalde cerró por 'falta de uso' (otro de los pretextos más manidos).
Por supuesto, también existen los portales de internet con cientos de libros de descarga gratis; o sea, libres de derechos y no comerciales. Me gustaría poner el ejemplo del Proyecto Gutenberg, uno de tantos, pero este ha terminado secuestrado por usuarios que comparten libros aún con la tinta fresca. No voy a entrar en el debate sempiterno del derecho a la lectura de todas las personas y no como privilegio de unos cuantos, porque ese es otro tema. Pero insisto: visitar una biblioteca pública es el mejor modo que conozco de leer libros sin tener que gastar un sol. Grandes lectores, grandes intelectuales (Basadre, Sánchez Porras, entre los peruanos) fueron lectores de bibliotecas públicas. En ese sentido, la primera y más provechosa inversión que haya hecho en mi vida fue el costo de mi carné de lector en la Biblioteca Municipal "Manuel Beingolea" de Barranco cuando todavía utilizaba pantalón corto. Más aún, debo también a las bibliotecas públicas mi descubrimiento del mundo.
En la Municipal de Lince descubrí la existencia de las hemerotecas. En la época que la frecuenté poseía una de las colecciones de periódicos más completas que conozco y la que tenía de El Comercio estaba bastante completa y muy bien organizada. Ahí aprendí a leer las noticias frescas del día de sucesos que, andando el tiempo, se convertirían en materia de los libros de historia, lo que me enseñó aquello de que los periódicos son el primer borrador de la historia.
En la de San Isidro aprendí también el inestimable valor de un fichero temático. Bien trabajado y perfectamente organizado son la mejor ayuda que un lector ávido de información o conocimiento puede tener. Los diecisiete tomos de la sexta edición de la Historia de la República de Basadre, por citar un caso, estaban indizados, desmenuzados sería mejor decir, capítulo por capítulo, tema por tema, en cientos de fichas que permitían rápidamente al usuario ubicar lo que necesitaba. Frecuentándola y usando sus ficheros fue como aprendí a fichar mis propios libros y todo lo que leía, aprendizaje que me sirvió mucho cuando ingresé a San Marcos.
Y en la de Miraflores, una de las bibliotecas municipales mejor surtidas de la ciudad, aprendí la importancia de una buena edición. Fue en esta biblioteca donde descubrí que muchas de las grandes obras de la literatura universal que había comprado y leído en mi época escolar, en ediciones populares, o venían mutiladas o en pésimas traducciones. Las ediciones de primerísima calidad que albergaba esta utilísima biblioteca me descubrieron la verdadera belleza intrínseca y maravillosa que escondían El Quijote, Guerra y paz, Rojo y negro, Los miserables, Madame Bovary o Los hermanos Karamazov.
Sin embargo, pese a lo dicho, el valor e importancia de una biblioteca pública no se mide únicamente por la cantidad o calidad de sus fondos bibliográficos, por el trabajo pulcro y esmeradísimo de sus responsables o por las colecciones o ejemplares especiales que algunas de ellas puedan poseer (la Biblioteca Pública Municipal del Callao "Teodoro Casana Robles" es la única biblioteca pública peruana donde he podido revisar, uno por uno, los seis tomos del famoso Diccionario de Autoridades de 1726-1739, que mantiene en perfecto estado de conservación). No, no es en esto donde radica todo el valor de una biblioteca pública sino en el sentido democrático y democratizador que todas ellas representan.
El primer lugar donde un ciudadano aprende sus derechos, y el primero que aprende es el del derecho a la cultura, es en una biblioteca pública. Donde aprende que todos, sin distinción alguna, tienen acceso a un libro, y que éste es el primer peldaño en su formación espiritual, intelectual y ciudadana. Y que negar este acceso es una forma de negarle su condición misma de ciudadano, sus derechos. Y es en este sentido que cerrar una biblioteca pública es un atentado contra cualquiera de nosotros como ciudadanos. Incluso, si el cierre de una está condicionado por su poco uso, antes que pensar en cómo utilizar o a qué destinar sus ambientes o edificio, las autoridades deberían preocuparse por aquello que aleja a sus ciudadanos de las bibliotecas, qué es lo que debilita al sistema, porque la ausencia de ciudadanos leyendo es el primer síntoma de una sociedad envilecida por la falta de valores, la indiferencia y la corrupción galopante. Fomentar el uso de las bibliotecas públicas y dotarlas de presupuesto para su funcionamiento debería ser la primera obligación de toda autoridad, más aún si es electa, sea del nivel que sea. Porque una humilde biblioteca municipal es la primera piedra de todo el sistema que nos legitima como ciudadanos. No entender esto es lo que nos lleva (o ha llevado) a convertirnos en sociedades donde el respeto por el otro desaparece por completo, como ha desaparecido el valor por la decencia, la dignidad humana y la vida misma.
¡Qué tengan buenas lecturas!
Otros boletines similares a este:
Nueva edición del Diccionario panhispánico de dudas de la RAE (#240)